Lo que hemos aprendido

    06 may 2020 / 14:16 H.
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    Cincuenta y cinco días no en Pekín sino de encierro y sin ver clara la salida es tiempo suficiente para repasar los efectos colaterales; muchos malos: inseguridad, ruina, caos mundial y algunos buenos. Como he venido señalando, aprendimos a obedecer, que no era fácil y —la mayoría— hemos sido dóciles cumpliendo órdenes contradictorias, atrabiliarias e irresponsables que nos han venido impartiendo; aprendimos espíritu de sacrificio para hacer lo que no nos apetece, hasta el punto de oír en almuerzo y cena en la tele mítines impuestos, sin otro remedio que aguantar o apagarla. Asimilamos pronto que nuestros gobernantes no son sabios, ni sus “sabios”, tampoco; que a los políticos les das la mano y se toman el codo y pretextando el virus piden adhesiones inquebrantables para cambiar normas que nada tienen que ver con el bicho y, si nos descuidamos, se cargan los derechos y hasta la Constitución. Hemos recordado cómo nos enseñaron en la infancia a rezar, que es “elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes”; pues eso, rezamos, no para pedir automóviles, sino rogando insistentemente a la Providencia por tantos afectados y fallecidos, que se acabe la pandemia y salgamos todos de ella con paz y bien.

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