Lo prometido es deuda

02 dic 2018 / 11:28 H.

Llegó el día. Es posible, amigos lectores, que llevéis este periódico bajo el brazo al acercaros a una urna esta mañana. Hemos vivido hasta el sábado de reflexión esa especie de “marmota electoral” de campaña en la que todos y cada uno de quienes nos solicitan la confianza se han lanzado a una escalada de promesas en mítines alimentados por los propios y escudriñados por los ajenos. Hemos sido víctimas de propuestas y compromisos que no resistirían el famoso “algodón” del mayordomo del anuncio que, sin embargo, aceptamos y creemos a pies juntillas en especial si son “los nuestros” quienes las proclaman y, en consecuencia, estamos a punto de tomar una papeleta con su sobre y de dirigirnos, con la alegre algarabía de participar en esa “Fiesta de la Democracia” que nos recuerdan en cada cita electoral, a la urna que nos espera. Mientras esperamos vienen a nuestra memoria algunas de las arengas que hemos escuchado días atrás y recordamos esos desabridos “yo no pactaré con ese”;” yo salgo a ganar y no quiero saber nada de fulano”; “jamás iremos con mengano en un gobierno”; “nunca negociaremos con zutano” y así muchos “no me junto” como habríamos dicho de niños. En el fondo sabemos que solo estamos ante posturas de cara a la galería y, por tanto, nos asaltan insospechadas dudas. ¿Servirá mi voto para que tal o cual formación a la que no trago acceda a pactos con “los míos” y llegue al poder? Desde luego es una posibilidad democrática y sin tacha pero no deja de inquietarnos. Dentro de unas horas, cuando los colegios se cierren y los escrutinios empiecen a vomitar resultados descubriremos, en efecto, que aquel “no me junto” se transforma en “hay que unir fuerzas para gobernar” o “el mandato del pueblo nos lo ordena” y, asombrosamente, los desplantes, insultos, escupitajos, insidias y maquinaciones previas se transformarán en paseos de la mano, miradas cómplices y sonrisas complacientes, eso sí, previa exigencia de cesiones, renuncias y diálogos que horas atrás se presentaban como misiones imposibles. He ahí el poder de la democracia. El poder del voto. No solo elegimos a quienes han de guiar nuestras vidas sensata y justamente sino que, además, les empujamos a convivir, a cohabitar en ese mundo de deseos e ilusiones que, en el fondo, mueve nuestra brújula electoral. Así que, voto en mano, acerquémonos a la diosa urna y honrémosla como merece. Y si resulta que no nos gusta el resultado, tranquilos, cuatro años después “volveremos, volveremos a empezar” como cantaba Locomotoro. Un voto es un arma muy poderosa. Usémoslo con la mirada puesta en el futuro, con la mano extendida, con determinación, memoria y lucidez. Y no olvidemos el viejo adagio: Lo prometido, es deuda.