Lo necesario y lo innecesario

30 jul 2020 / 16:31 H.
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Estábamos todos tan confiados, pensando que el camino iba derecho, que no nos dimos cuenta de algunos puntos importantes que de otra manera habríamos debido considerar, y que lamentablemente se nos han olvidado, más bien por negligencia. No creo que se trate de que pensamos que el virus no nos va a afectar, que no nos va a tocar, o que se ha erradicado. Convendría pararse a meditar lo que sucede, con carácter retroactivo, pues hay que analizar de dónde viene, y por supuesto hacia dónde va.

A ver, ¿qué es necesario y qué es innecesario? Y lo más controvertido, ¿quién delimita lo que es necesario o lo que no lo es? El que dictamina es mi persona, yo mismo, a lo largo y ancho de mi ego y mi entendimiento, el cual se supone lo suficientemente responsable, por decirlo en términos que nos entendamos. ¿Una fiesta de graduación en Córdoba en una discoteca con más de 400 jóvenes apelotonados, tocándose y abrazándose y lo que haga falta? Juventud, divino tesoro. ¿Ocio nocturno sin respetar ninguna norma? Pues allá ellos, que son grandecitos para saber lo que está bien y lo que está mal. Si yo me contagio, allá yo, mí, me, conmigo, que diría el maestro Sabina.

¿Dónde quedaron los aplausos vespertinos de las 20:00 horas en los balcones a los profesionales de la salud? Qué mala memoria, y qué pronto el ser humano entona eso de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, o “a rey muerto, rey puesto”, o “boquerón que se duerme, se lo lleva la corriente”, y dejo los refranes, que se me nota mucho que estoy releyendo estos días el Quijote, y se me pega lo Sancho. Mientras mi hijo lee Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, en las estupendas ediciones de Bruguera de tapa dura de los años 80, yo releo —también de Mark Twain— una pequeña obra que se titula ¿Qué es el hombre?, un ensayo que no tiene ningún desperdicio hoy día, por la actualidad de la pregunta.

En el centro de todas las problemáticas se encuentra la libertad individual, la inviolabilidad de la Cuarta Enmienda, esto es, el derecho a la privacidad y que el gobierno no pueda quebrantar tu libertad individual, porque tú puedes hacer lo que te venga en gana. No hay ni media letra que yo enmendaría a la Enmienda, pero no todo es como parece. ¿Prevalecen los derechos individuales sobre los colectivos? He ahí el gran dilema de la Edad Contemporánea, que ha creado una tensión fútil para defenestrar el bien común porque, sencillamente, no existe lo uno sin lo otro.

Paul Anka adaptó una canción francesa, “Comme d’habitude”, con el título de “My Way” en 1969, la inolvidable canción que inmortalizó Frank Sinatra, traducida al español como “A mi manera”, interpretada por muchos, y recuerdo ahora la notable versión de los Gipsy Kings. Canción que se convirtió en símbolo del capitalismo tardío de corte neoliberal. A lo que íbamos. En su estrofa final, hay un par de versos que vienen al pelo para explicar algunos asuntos que se ponen en cuestión diariamente: “¿Por qué se es un hombre? ¿Por lo que tiene? / Si no es él mismo, entonces no tiene nada.” El problema es que el ser humano está vacío. Completamente vacío. Y los que quieran inventarse mil rellenos, como si fueran pasteles o esencias subyugantes, que lo hagan, pero que a mí no me cuenten milongas, que ya tuve que desaprender demasiado Catecismo y demasiada beatería, temores de Dios y moralinas.

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