Lirios recuperados

21 ene 2019 / 12:04 H.

Este periódico se ha hecho eco en los últimos meses de varios encuentros en torno a la primera novela de Cristóbal López Carvajal, “Lirios marchitos” (Samarcanda, 2018). Jaén, Baeza, Úbeda, Linares... han sido escenario de sucesivas presentaciones. Por tanto, no descubriré ni al autor ni a la obra ante los lectores. Pero no me privaré de recoger algunas reflexiones sobre el libro, surgidas a raíz del acto celebrado en Cazorla el pasado viernes 18, compartido con el columnista José Luis González Viñas y con el alcalde de la ciudad serrana. Llegué a la capital de la provincia en septiembre de 1966. Un catorceañero, hijo de recovero, se disponía a hacerse maestro de escuela, designio usual para los estudiantes de la época. O te hacías perito, o maestro. La ciudad donde se consumió mi adolescencia no pudo por menos que asombrarme, viniendo yo de un poblachón destartalado cuyos barrios se peleaban en mitad del barrizal. En comparación con Peal de Becerro, Jaén se me antojó una gran capital. Un teatro descuidado e imponente, varios cines, un ferial, un barrio de prostitutas... más un estadio, La Victoria, que estrenó iluminación deslumbrante en un partido contra el Atlético de Madrid. En Jaén desperté a cuanto correspondía entre los 14 y 17 años. Especialmente al cine y al teatro. Compartí el turbio gallinero del Darymelia, el elevado paraíso del Cervantes, las cómodas butacas agrisadas del Asuán, las sesiones cinematográficas de los Maristas o las obras de teatro en la Escuela de Magisterio (“Melocotón en almíbar”, “La cueva de Salamanca”, “El juez de los divorcios”, etcétera). Hasta disfruté de alguna zarzuela en el Cervantes, por San Lucas, cuando el derribo del coliseo ya se presagiaba, en el horizonte del desarrollismo. Estos y muchos recuerdos más se han avivado, y de qué manera, al leer las 400 páginas de la novela de no ficción pergeñada por López Carvajal. Y he hallado en su lectura una reconstrucción precisa, y preciosa, del ambiente que viví. Como si el tiempo no hubiese transcurrido entre la década de los 50 (por donde transita la acción de “Lirios marchitos”) y la de los 60, que me cupo vivir trasplantado al Jaén de mis descubrimientos. Porque cada elemento señero de la ciudad ya estaba presente diez, quince años antes. Porque la geografía urbana permanecía como petrificada en los dudosos resultados del Plan Jaén. Porque los personajes populares en la capital eran los mismos que yo leía cada mañana : Felipe Arche Hermosa, Joaquín Ruiz Giménez, Pedro Millán, Cándido Nogales, Flores de Lemus, Luis Sagaz... y una panoplia de notables y próceres jaeneros. Como si el tiempo yaciese detenido; tan inmóvil como el Santo Entierro de cartón piedra de mi pueblo. Por debajo de la algarabía en ferias, de los bares ruidosos y las misas de once en San Roque, latía otro Jaén, una ciudad donde las gentes vivían con lo justo... Y con lo injusto. Ahí hunde su escalpelo, contenido pero lacerante, la prosa de nuestro autor. Dedicada a seres notorios como los doctores del Castillo y Carbonell, a emprendedores como Antonio Calvo, quijotesco en pos de la primera división para su Real Jaén, o la inquietante figura de un contundente comandante de la Guardia Civil. Laten aquí historias de corrupción, la lámina de aceite flotante sobre el océano de agua en los bidones de las almazaras. También la chabacanería de misas cargadas de marcialidad, el desvío de las miradas cómplices... Junto a las torturas en la cárcel, la ferocidad y la saña con que se persiguió a los vencidos (Daniel, Jerónima, Alfonso...), parejas al endiosamiento del invicto Caudillo a quien Jaén le quitaba el sueño, al que no le temblaba el pulso firmando ejecuciones. Con todo, la obra de Cristóbal López me confirma que existe vida después de una larga etapa dedicado al ejercicio de la política. Los personajes y las historias que se entrecruzan en su novela no se me antojan lirios marchitos, más bien recuperados del olvido interesado y culposo. Lirios regalados por la pluma sabia, ligera, poética y sorprendente —bisturí afilado para las conciencias— de este singular y muy estimable escritor.