Lío, Leo, Barça

11 jul 2020 / 10:13 H.
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El FC Barcelona se ha enredado en la teoría de la conspiración desde que llegó el fútbol de la ‘nueva normalidad’. Primero fue Gerard Piqué: “Esta Liga será difícil ganarla”. Luego el desafortunado presidente Bartomeu. Y finalmente Quique Setién, el entrenador, que adora el ideario futbolístico de Johan Cruiff, pero que encuentra enormes dificultades para aplicar el marco teórico del juego ideado por el genial ‘14’ holandés a la práctica del fútbol del equipo. Árbitros y VAR, pues, contra el Barça. Teoría de la conspiración. El escritor Juan Tallón ha recordado en un reciente artículo que el técnico del Manchester United Tonny Ducherty acostumbraba a decir que había tanta política, tantos intereses y tantas conspiraciones en el fútbol que no creía que Henry Kissinger hubiera durado ni 48 horas en este deporte.

El fútbol post pandemia no es ajeno, claro, a la inquietante realidad/irrealidad que envuelve a la sociedad. La gente camina por las aceras parapetada tras las mascarillas como si fueran escudos. Hay en las calles una atmósfera extraña, unos silencios desconocidos. Una tensión invisible que puede cortarse con un cuchillo. El ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, lo ha dicho en la presentación de una campaña de la Dirección General de Tráfico: “Nos hemos acostumbrado rápidamente al uso de la mascarilla, pero seguimos en el coche sin ponernos el cinturón de seguridad”.

El público era la esencia del fútbol, el que mantenía a los clubs con la compra de los abonos de socio y de las entradas para los partidos, pero poco a poco la figura del hincha perdió fuerza, fue desplazado, los estadios construyeron palcos donde el fútbol se contempla regado con Cruzcampo y raciones de jamón, y allí se aguarda para ultimar algún negocio durante el descanso o después del partido, el fútbol, como sostiene Santiago Segurola, se ha ido desplazando hacia “los ricachones, hacia los poderosos”, de modo que la final de la Supercopa de España se disputó en Arabia Saudí con una casi total ausencia de mujeres en las gradas y la tribuna llena de tipos ataviados con una túnica blanca. El dramaturgo Juan Mayorga lanzó en los primeros días del confinamiento una pregunta: “¿Hacia dónde íbamos?”.

Ahora las gradas están vacías y el fútbol se ha quedado para las televisiones, que ponen un público virtual que resulta fantasmagórico e introducen un inoportuno sonido de ambiente, a veces a destiempo. Y el Barcelona ha emprendido un viaje hacia ninguna parte. Se trata de un equipo que ha perdido el estilo, que es lo peor que puede ocurrir en el fútbol o a un escritor. La identidad es esencial. Diego Pablo Simeone, por ejemplo, no ha inventado nada, se ha limitado a devolver las viejas esencias del Atlético, que radicaban en la intensidad y en el juego de contraataque que a final de los años 60 implantó Marcel Domingo, continuó Max Merckel —“Mister Látigo”—, y matizó Luis Aragonés. Pep Guardiola, sí, logró conectar, en el mejor Barça de la historia, el del ‘sextete’ y demás, con los preceptos de Cruiff. Y a todo esto con Leonel Messi en el campo, futbolista irrepetible. Cuando se vaya Messi, y puede ser pronto, el Barcelona entrará en una época complicada. Tal vez decididamente sombría. Quique Setién parece perdido por el camino. Desautorizado. Pero, ¿cuánto tiempo hubiera durado Henry Kissinger en el banquillo del Barça?

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