Libertad confinada
Resulta difícil cuestionar la razón de quienes, pensando en nuestra salud, imponen medidas que limitan nuestra libertad. La pandemia persistente nos sigue amenazando con el infierno en la tierra, con una expiación anticipada de los pecados de una humanidad soberbia e irracional. Pero más allá de pronósticos litúrgicos, lo cierto es que nos creíamos inmunes a aquella peste legendaria que formaba parte solo de los libros de historia. Pensábamos que era un lejano cuento de abuelas el relato de una gripe que hizo estragos en un mundo arrasado ya por la guerra. Parecía imposible que ese círculo vicioso se cerrara de nuevo sobre una sociedad atrincherada en la ciencia, asentada con firmeza en los derechos más fundamentales. Y sin embargo, aquella libertad que respirábamos hasta hace muy poco, hoy es casi un recuerdo anhelado. Confinada entre prohibiciones y limitaciones que no dejan de aumentar, estamos perdiendo aquellas señas de identidad que nos han definido como sociedad basada en la autonomía personal. Se cierran los espacios donde transcurría la vida cotidiana, se decreta la ilegalidad de los rostros. Incrédulos como estamos por el destino que nos ha tocado vivir.