Leonas
Reflexionaba estos días sobre el amor, pero no un amor cualquiera, reflexionaba concretamente sobre el amor de una madre. Motivos hemos tenido estos días para mudarnos de piel y vestirnos con una piel ajena para quedarnos 13 días en vilo pendiente de la boca de un pozo. No existe trauma más severo que la pérdida de un hijo. Pero no solo de la muerte un hijo se adolece una madre, basta pasear por un hospital infantil, o asomarse a una sala de neonatos y pararse un segundo en sus miradas maternales para encontrar el sentimiento más universal que existe. Y yo, que observo más allá de la primera línea, descubro que el dolor materno muta en fuerza extrema, se acoraza en los sentidos y se yergue titánica en un valor sobrenatural que convierte en heroínas a mujeres de carne y hueso con la única pretensión que defender a sus crías. Posee procedencia desconocida, aunque se parece mucho al instinto animal. Adquiere la fiereza felina del león, la aguda precisión del águila y la suprema delicadeza del colibrí. A todas las madres del mundo que se mantienen en pie cuando todo está caído, también a los padres, a los míos, y en especial a Verónica Contreras Vieco por la entereza que me cuentan.