Leer para entender
Hubo un tiempo en que entrar a un aula conllevaba aspirar un dulzón aroma a libro, a lápiz, a goma MILÁN, a cuaderno recién estrenado. Olía también “a niño” entendido como esa unión entre colonia fresca rociada por la madre minutos antes de salir de casa, sudorcillo tras la “gimnasia” o algarabía de hormonas preadolescentes. Pero el perfume que mantengo en mi pituitaria de maestro añorante es el del libro impreso.
Últimamente los libros de texto han atravesado una época de denostación y desarraigo en aras de modernas tabletas, pantallas y hasta móviles. Todo digital, todo en proyectos investigativos, cooperativos o similares. Este camino basado en la imagen carece de algo tan necesario como poder “tocar” el libro, algo que parece no tener importancia pero que, a juicio estudiosos del tema y muchos docentes, es realmente necesario.
A este respecto me llega la reseña del Libro “Apología del libro de texto” editado por Narcea. Lógicamente mis viejas neuronas “enseñantes” se han puesto a devorar las propuestas de su autor, Nuno Crato, nombre con reminiscencias de peplum clásico, y que ha sido ministro de Educación en la vecina Portugal. Revisando su currículo observo, con verdadero placer, que los resultados de la educación en su país ascendieron y mejoraron muy sensiblemente con sus planes de exigencia en materias básicas como Lengua y Matemáticas, algo que, confieso, he echado de menos en nuestro sistema en multitud de ocasiones y que he planteado en reuniones y artículos al respecto.
Para Crato, y cito textualmente, “hay que mantener los manuales escolares en papel porque son la plasmación de un plan de estudios con una exposición articulada, organizada y secuencial de los temas que sirve de hoja de ruta jerarquizada y objetiva para los profesores, para los alumnos e incluso para los padres” y continúa diciendo “los libros de texto son la introducción al mundo de la lectura inteligente, porque no solo se leen, sino que se leen para entender”.
Critica también el autor, y suscribo sus apreciaciones, el afán por incidir en que los alumnos son los que deben construir su propio aprendizaje y, por tanto, o consecuentemente, “eludir” los saberes básicos establecidos. Por otro lado, la tendencia que lleva a que los maestros produzcan los materiales educativos en el aula le parece, si se lleva al extremo, un modo de detraer la atención que la labor que debería prevalecer: la transmisión de conocimientos, actitudes y valores que impulsen al alumnado realmente en su crecimiento personal, intelectual y social.
El uso de pantallas y material digital ha de ser, en todo caso, complementario y puntual para fortalecer e implementar determinados aspectos del proceso educativo, pero no el foco principal, asegura Crato, en su disertación.
Otro problema añadido es la manipulación, por llamarlo de algún modo, que se produce en ciertos textos debido a implicaciones ideológicas o políticas no solo en cuanto a contenidos sino también a procesos y aplicaciones al aula. En Portugal, a este respecto, se aprobaron leyes que hacían más rigurosos los procesos de aprobación de libros de texto para evitarlo incluyendo evaluaciones periódicas. Quizá podríamos tomar nota y, en especial, recuperar la buena idea de usar los libros de texto como instrumento básico de la enseñanza.