Las sombras de la noche

    28 dic 2022 / 15:58 H.
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    Un sueño había roto de un golpe el equilibrio, el arrullo de una noche templada de suaves sensaciones se había quedado en una advertencia urgente. La tranquilidad en la que nos encontrábamos huyó como las aves ante la proximidad de un incendio. Las palabras fueron claras: había que huir y ponerse a salvo lo antes posible. La vida de Jesús corría peligro y un peligro inminente, todo se descolocó en un instante, la apacible noche se transformó en una evasión en la que el tiempo era nuestro enemigo. Al amparo de la umbría madrugada salimos hacia Egipto. Se dibujó la angustia en nuestras almas, se deshizo la calma en un momento, se disipó la paz, se encendió el miedo. Las lóbregas tinieblas de la noche cayeron como un grito de cristales, como un sonido atroz de vendavales, nos dejaron atónitos los sueños. El manto de azabache terciopelo apagó las estrellas, la luna se escondió tras su oscura mantilla de nubes cenicientas. El silencio temblaba cuando hollamos las huellas en el viejo camino. Se apagaron de un golpe los sonidos, nuestros pasos parecían flotar para no hacer ruido. Íbamos recorriendo los senderos con el temor lacrado en los latidos. La noche musitaba un poema callado, sin palabras, los versos conformaban estrofas que dejaban sentir el aciago momento. No había metáforas ni aliteraciones, ni suaves onomatopeyas. Era un poema silenciado sin sonido en las rimas, sin versos entonados, sin epítetos, ni anáforas, ni personificaciones. La oscuridad temblaba en un rincón del campo, el viento se tapaba la boca con la mano. La soledad pintaba con sus tules la noche destemplada. El camino intentaba acercar rápidamente el destino donde poder reposar nuestros pasos. La noche nos conducía silente y a pesar de las nefastas horas, se encendió la esperanza, esa verde y luminosa danza que derrama su luz sobre la oscuridad y devuelve la calma, apaga la tragedia dejando que la cordura vuelva a instalarse dentro. Nos sostenía el amparo, la confianza... Dios no nos había dejado, estábamos inquietos, mas nunca abandonados.

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