Las sirenas de Ulises
Hace algunas fechas, en la Feria del Libro, “nuestro” Emilio Lara, en su presentación de “Los colmillos del cielo. Utopías y desengaños de la historia” dejó caer una frase de especial trascendencia que parece un trabalenguas: Las buenas novelas históricas tienen al “pasado en el presente” y las malas, “el presente en el pasado”. Dicho de otro modo, podemos asomarnos a la historia y acomodarla en el hoy pero no moldearla ni tratarla con los cánones del presente que vivimos.
Enfrentarse a los hechos históricos con ojos de presente puede conllevar no ya un “choque de trenes” ideológico, por citar solo uno de los aspectos más llamativos de esa confrontación sino, y eso es más peligroso todavía, tratar de manipular lo sucedido en el pasado para presentarlo en la actualidad de acuerdo a modelos susceptibles de ser interpretados a voluntad, generalmente como apoyo a postulados interesados o claramente influenciadores socialmente.
Esa tentación, actualmente muy en boga, se deja ver en los medios y de forma explícita. Hay que adoctrinar a la masa en la “verdad” y evitar que retazos de un pasado más o menos cercano puedan desvirtuarla y sacarla del sendero correcto.
Por ejemplo: aquellos que gozan de posición, poder e influencia y que la usan para mantener “a raya” al personal, han decidido en un alarde de donosura e interés por las mentes inocentes de los televidentes, añadir un cartelito al inicio de ciertas películas —españolas— que se emiten en el sabatino contenedor Cine de Barrio.
Parece que aquella España de los sesenta, la del Landismo, Paco Martínez Soria, López Vázquez, Gracita Morales, Conchita Velasco o nuestro “bailenense por consorte” Manolo Gómez Bur entre otros, necesita una introducción que aclare sus acciones machistas-misóginas-sexistas y ofensivas para sectores que observan realidades pasadas con ojos de “limpieza” social. He aquí una palpable ejemplificación del “presente en el pasado”.
No es la primera vez que se plantean este tipo de actuaciones en los medios. Recordemos el clamor que han provocado las nuevas películas de Disney en acción real cambiando “inclusivamente” personajes icónicos para adaptarlos a los criterios que pretenden limpiar el pasado para borrar todo aquello que roza, se enfrenta, denigra, duda o choca directamente con los estándares sociales de hoy.
La corriente que enmascara —cuando no censura o borra— las épocas pasadas, las formas y maneras sociales de un momento histórico tiende a obviar el conocimiento de lo que nos trajo hasta aquí. La España de aquellas películas de los sesenta fue así y de ella bebimos los que ya vamos peinando demasiados calendarios. ¿Es necesario pasar el corrector, la goma de borrar o algún pincel de IA para disimular lo que fuimos?
Nadie en su sano juicio puede estar en contra de la igualdad de hombres y mujeres, ni de su igualitaria posición social en todos los aspectos, pero no se trata de reivindicar un pasado que no fue ni pretender que una capa de olvido y reivindicación oscurezca e invalide lo vivido. Recuerdo haber leído en alguna ocasión que “el estudio y conocimiento de la historia es uno de los principales elementos de la conciencia nacional y una de las condiciones básicas para la existencia de cualquier nación”. Palabras que pueden entenderse en dos sentidos y uno de ellos nos lleva a disfrazar, borrar o manipular esa historia para afianzar una visión u otra de esa nación y legitimar ideológicamente un poder, un gobierno. Es terrible percatarse del impulso de ciertas tendencias a presentar la historia como el típico relato de “buenos y malos” que, claro, se usa para defender posiciones ideológicas e incluso posturas o proyectos sectarios que encuentran así un medio para blanquearse y calar en la ciudadanía.
La manipulación sutil y sibilina nos transforma el pasado y nos aturde mientras entona un cántico libertario, igualitario, inclusivo y utópico al estilo de las sirenas de Ulises en la Odisea. Y no olvidemos la fina línea que separa la utopía de la distopía.