Las pompas de jabón

    23 mar 2023 / 08:45 H.
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    Decía don Antonio (Machado, claro) que amaba los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. A muchos nos ocurre lo mismo, a pesar de los años. En la niñez, uno de mis juegos favoritos eran las pompas de jabón. Alguien las lanzaba desde la azotea y los demás las esperábamos en el patio, gozosos y boquiabiertos. Era un espectáculo comprobar la fugacidad, la transparencia, la delicadeza, la fragilidad de aquellas esferas de engañoso cristal. Isobaras de colores se sucedían por su superficie: relucientes corrientes de naranja, violeta, rojo, amarillo, azul, verde... bandeaban de un lado para otro, reflejando el espectro solar en nuestras cándidas retinas. Al llegar a nuestra altura, si antes el viento no había acabado con ellas, las manos juguetonas de unos, los puñetazos de otros, las caricias de otros tantos, las aguardaban, intentando incorporarlas para sí, o destruirlas, o arrullarlas... Era una escena para atesorar. Con la madurez se acrecienta el temor de acabar con las pompas de jabón. Y es que cualquier empresa humana está amenazada por los vientos del egoísmo, de los intereses, de la envidia, de los falsos intelectuales... Las acciones humanas están sujetas a los zarpazos de los que miramos y vemos poco menos de un palmo tras de nuestras narices, de los que vivimos pendientes del dinero, pensando que todo pertenece a su reino, de los que aparentamos unas creencias, expresadas a veces por medio de falsas meaculpas, de los que nos servimos de la escena para conseguir el papel más representativo y lucido... Pero también existen los que trabajan sin esperar recompensa, los que sirven a los demás porque así les incita su conciencia, los que recrean su espíritu amparados en la sobriedad y la sencillez, los que quieren pasar desapercibidos ante la petulancia de los demás, los que transforman la pobreza en un espectro multicolor de dichas. En síntesis, los que creen, los que confían, los que laboran... Si fuera mago, detendría en el tiempo las acciones encaminadas a romper las sutiles pompas de jabón, convirtiendo la escena en una eterna y esperanzadora caricia. Vaya chuminada, me dice Paco.

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