Las palabras, sin duda

02 jun 2022 / 17:07 H.
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Comentaba Bernardo Atxaga, el magnífico escritor vasco, el pasado martes en el Palacio de Villardompardo, en el Centro Cultural Baños Árabes de Jaén, en una excelente conferencia con motivo de la presentación del número 19 de la revista Paraíso, que el lenguaje en teoría no es bueno o malo, sino que depende de cómo se utilice, de las intenciones con las que se emplee, y que a partir de ahí todo puede pasar. Según Aristóteles, el hombre se define como el animal que habla, lo cual distingue al ser humano del resto de seres vivos de este planeta, que son los seres que conocemos, al menos por el momento, con permiso de los extraterrestres, sobre todo los de un solo ojo, esos que algún día aparecerán sí o sí y se dejarán de jugar al escondite, dando pistas falsas o guiños mareantes. Pero hasta ese momento, sigamos. Nos diferenciamos del resto de animales por el habla, por construir pensamientos a partir del logos, por articular una relación lógica entre sentimientos y expresión, porque en el principio fue el logos, y solo porque desde esa premisa entendemos que viene el resto. Sin la intelección no hay nada, andaríamos por ahí a mordiscos, con aullidos, alaridos, u olfateando como chuchos —no existirían las calles, ni las ciudades— salvajes, sin ni siquiera calentarnos con pieles, ropas o una modesta lumbre. Pero el lenguaje no se pervierte, sino que son los seres humanos quienes lo llevan hacia un lugar u otro, dependiendo de las virtudes o maldades que guíen nuestras acciones. Con las mejores intenciones, además, ya se sabe que se puede llegar a los peores lugares... En cualquier caso, dejémonos de pesimismos, que bastantes problemas hay en el mundo ya como para mantener la desconfianza en la misma base de nuestros razonamientos. Hay que poner en tela de juicio los axiomas, desde luego, no hay que firmar ningún documento sin leer antes la letra pequeña, es decir, no debemos ceñirnos a ningún guion prestablecido sin haberlo experimentado antes, con rigor empírico y, por si fuera poco, no conviene. Es sana sin ambages cualquier suerte de pensamiento crítico, pero sin convertirnos en unos cascarrabias que piensan que el mundo no les reconoce ya que son genios incomprendidos. Quién no conoce a unos cuantos de estos... También, por el contrario, los que van de santurrones, con el buenismo por bandera, predicando una cosa y haciendo la otra, no perdiendo oportunidad para trepar, escalar, afianzarse más en el poder, olvidándose de los principios —aquellos valores que en su día fueron innegociables, hoy por los suelos— en función de no sé qué responsabilidades públicas, que no se corresponden con lo que dicen. Como la noche al día, quién les conoce. Van evolucionando su discurso, adaptándolo a las necesidades y coyunturas varias, con tal de aferrarse al poder, perpetuarse de un modo u otro. Pasos siempre estratégicos. Sí, las palabras se las lleva el viento, y desde esta perspectiva solemos disociarlas de nosotros: una cosa es el autor y otra sus libros; una cosa es la ética y otra la estética; la mano izquierda no tiene por qué saber lo que hace la mano derecha, etcétera. En fin, dejémonos de pesimismos. Sigamos creyendo en algo, aunque estemos descreídos, y aunque ya vengamos de vuelta de todo. No podemos dar nuestro brazo a torcer. Todavía tenemos mucho que decir. Con palabras, desde luego. Con palabras, sin duda.

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