Las huestes de don Fernando

04 mar 2016 / 17:30 H.

Cómo quedan las aulas cuando quien las ha querido debe abandonarlas? ¿Qué recuerdo queda prendido en las miradas ansiosas de crecer de un grupo de niños y niñas cuando hemos de decirles adiós? ¿Qué sienten quienes han estado “a las órdenes” de alguien que siempre ha destacado por su apoyo incondicional a las propuestas presentadas y su proverbial sentido del deber? Preguntas, todas ellas, que me asaltan cuando la noticia de la jubilación de mi buen compañero, director y amigo Fernando Redrao, me llena de esa desazón que conozco tan en carne viva desde que el zarpazo miasténico me obligó a dejar la enseñanza. Fernando, siguiendo la estela de Antonio Parras, su antecesor, cogió la antorcha rayudiana (“palabro” derivado del nombre del centro escolar “Ramón Calatayud” y que se usó para titular la revista Rayud, cuya dirección tuve el honor de desarrollar) y ha recorrido con ella senderos a veces tortuosos, pero siempre con el espíritu a flor de piel y la mano tendida hacia niños, familias y compañeros. Ahora, cuando cede el paso y se retira a sus cuarteles de ese invierno que a todos nos sobreviene, no tengo por menos que decirle, aunque sé que lo sabe, que me siento muy orgulloso de haber pertenecido a sus “huestes”, de haber compartido aulas, patios, despachos, confidencias, currículos, memorias, artículos, sonrisas y abrazos con alguien como él. Don Fernando, aun en su puesto directivo, nunca ha dejado de ser ese tradicional maestro a quien los niños quieren. Alguien que, desde su faceta deportiva, ha arrasado en campeonatos, obtenido galardones y respirado el aire libre compartiendo pulmones y pulso con los chavales que corrían a su alrededor y que, seguro, llevan una parte de él en el rincón más festivo de su memoria infantil. Los últimos tiempos, enredados por burocracias, desencuentros oficiales y alguna que otra lacerante deslealtad no pueden teñir de olvido su labor y obviar su apoyo a iniciativas de las que abren el aula a otras realidades, su siempre perenne ardor diligente y ese impulso que siempre sentí siendo maestro a su lado. Gracias, Fernando, por tu dedicación, tu esfuerzo y tu trabajo. Sabes que se te quiere.