Las dos Españas

    01 jun 2021 / 10:03 H.
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    Para mí, la húmeda y la seca. Aquella donde llueve, quizá menos que en décadas anteriores, pero llueve, y aquella otra en donde la media anual no llega a los 500 litros por metro cuadrado. Esa, adonde, además, la precipitación puede tener carácter de inundación. Pareciera que el agua nace de los grifos y no de las entrañas de la tierra, una tierra que a pocos centímetros de profundidad no conserva humedad alguna. No se trata solamente de que los pantanos cuenten con exiguas reservas, con las que se garantiza en primer lugar y sobre todo, el consumo humano; las primaveras del sur de España son secas, los veranos tórridos, y la temperatura media que llegamos a soportar produce la evaporación masiva de esa poca agua con la que contamos. De vez en cuando la lluvia trae tierra roja del desierto. Quizá el espejismo de la climatización de una casa o de un vehículo nos engañe por unos momentos, pero la sequedad de la tierra, la tristeza de la hoja de los más duros almendros y el estoicismo de los impertérritos olivos, no pueden distraernos de que la falta de agua es un asunto vital. No se aprecia en la sociedad auténtica preocupación, quizá en el sector agrícola, obviamente. Pero, no nos engañemos, es mal asunto que llueva tierra.

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