Las cuitas de Andalucía

    28 feb 2021 / 16:27 H.
    Ver comentarios

    Es de bien nacidos ser agradecidos, y sin duda esta tierra que nos escucha los pasos y los latidos y algunos gravosos pesares, es digna de una contemplación asombrada por parte de propios y extraños, aunque solo fuera por la belleza natural de los paisajes que nos brinda, por ser un escenario privilegiado donde se revelan todas las luces en un singular mosaico de contrastes y diversidades. Así es nuestra tierra vivida, y en este bonico rincón del mundo pululamos los andaluces, al menos aquellos afortunados que han podido —muchas veces a duras penas— ganarse el pan para subsistir justamente donde se nace y se quiere morir. Otros, tantos y demasiados otros, la tuvieron y la tienen que abandonar por necesidades impuestas, por carencias de todo género y causa, por desequilibrios e injusticias. De éxodos, emigraciones y desubicaciones estamos muy sabidos los andaluces, y no es un lamento de plañideras, sino una herida abierta y aún supurante en nuestro devenir. Si el versado historiador es certero, imparcial y justo en su visión, podrá confirmar sin ambages este extremo. Por otro lado es constatable, que ni la feracidad de nuestros campos, ni la generosa aportación de los mares que bañan nuestras costas, han podido paliar en su justa medida estas penurias que de manera pertinaz nos acompañan desde la noche de los tiempos, a pesar de la entrega y esfuerzos de aquellos andaluces que los trabajan. Malas administraciones, peores gobiernos y una arbitraria distribución de la riqueza, han lastrado la evolución y el justo reparto de estos dones y recursos. Andalucía es una teta de donde han chupado muchos indeseables y muchos mamones ocasionales, tan breves como dañinos, y oportunistas de provecho inmediato y personal. En Andalucía anidan muchos cucos; el cuco doméstico y el cuco forastero y algún que otro buitre de carroñas burocráticas, especies que desgraciadamente no están en peligro de extinción. A eso que le llaman los economistas de salón, el tejido industrial, es decir, el paño que bordan los “grandes empresarios”, nos deviene pobre y acomodaticio por estos lares, y estos magníficos emprendedores, por llamarlos respetuosamente como ellos quieren, buscan lo que los viejos sindicalistas de taberna y verborreas llamaban mano de obra barata: buena, callada, y entregada, por un puñado de dólares, y si el negocio se tuerce porque no funcionan los beneficios a su imagen y semejanza, ni los despachos políticos se abren porque ahora no interesa , ni se doblegan a las usuras de la banca, pues, apaga y vámonos, y allá se las apañen ustedes con sus ERES. Por lo demás, sin entrar en mayores precisiones, la familia andaluza va asumiendo su destino relativamente bien, aunque algún pariente pobre, despechado y desdeñado, tenga que subir al ombligo de Despeñaperros a mostrar la hinchazón de sus cataplines, pongamos que hablo de Jaén.

    Articulistas