Las cosas queridas
Dice la canción de “Las simples cosas” que “uno vuelve siempre a los viejos sitios dónde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”. Sin embargo, en el momento de la partida, uno no tiene constancia del desprendimiento, se va yendo de a poquito hasta arraigarse en otro lugar, hasta que la rutina y el paso del tiempo ponen en alerta la memoria, y los recuerdos empiezan a imantarte hacia atrás, hacia ese otro lugar del que ya sólo quedan los momentos felices. El regreso es inevitable, porque el ser humano, en su infatigable búsqueda de la felicidad, desanda los caminos hasta el punto de origen, tratando de encontrar su eslabón perdido, ese eslabón que no existe más que en la sensación de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Habría que irse de todos los lugares, quedándose. Habría que despedirse con la firme intención de volver. Habría que llevarse con uno siempre las cosas queridas, porque cuando se regresa, nada de lo que se conserva en la memoria resulta incólume. Sólo algunos paisajes resisten ilesos al paso de los años. Volver es un verbo transido de distancia. Las cosas queridas son frágiles en el abismo del tiempo. La memoria, un balde de miel lleno hasta el filo.