Lágrimas de plomo

    26 mar 2022 / 16:00 H.
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    En aquel momento desperté y supe que de nada serviría cualquiera cosa que pudiera decir en defensa de postulado alguno ya fuera mío ya de otro, ya en mi defensa, ya en pro de interés ajeno, o ya luchando por alguna causa perdida o por perdida mujer. Y es el caso que argumentos me sobraban para todas las referidas situaciones. De amores imposibles a goles fuera de juego, pasando por primarias, generales y demás pequeñeces más propias de plañideros juveniles que de lágrimas plúmbeas, ajadas y manchadas de brillos negros. Que así fueron las que dejé caer la última vez que lloré, que no sé ni por qué lloré. Al abrigo de la taberna mis dientes se encasquillaron y mis labios se tensaron hasta el dolor de la rabia que produce el obligado silencio de los daños colaterales. Y aguanté el hervor que mis entrañas escupían a modo de ojos rancios y arrugas llenas de baba. Me dije que para nada importaba perder la batalla otra vez. Una vez más enderecé la espalda lo poco que pude y me enfrenté de manera gallarda a mi dilema. Entre amor, dolor y ardor, elegí el mejor omeprazol. Ella quedó como daño colateral manchando mi gastada cremallera y decidí entonces que lo mejor era dar la guerra por ganada y la batalla por perdida. Desperté al rítmico toque en mi espalda: cerramos, cerramos, cerramos. Y me fui buscando otro daño colateral que me hiciera manchar de babas mi soledad.

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