Lagarto de Jaén

25 jun 2019 / 16:48 H.

Tal vez su genealogía venga de los saurios no extintos, de los que burlaron la devastación del meteorito en el cretácico. O puede que fueran los dioses íberos quienes en tiempos ignotos, en plena tarea de creación de cielos y tierras, forjaran, entre dragón y dragón, a nuestro lagarto legendario.

Y aunque no está recogido en crónicas históricas, lo cierto es que nuestro mítico protagonista causó gran espanto en las sucesivas generaciones de giennenses.

Y así, más de un altercado provocó en las termas de la antiquísima urbe romana; patricios y plebeyos sufrieron sus acuáticas incursiones.

Y también el sistema de conducción de aguas de la vieja medina mora, llevó en varias ocasiones a nuestra mítica bestia al interior de los baños árabes. Allí, mientras los vecinos gozaban entre vapores de un merecido reposo, algunos percibían como las aguas temblaban y de su interior surgía el monstruo legendario, que rugiendo sembraba el terror a dentelladas.

Por eso, los disciplinados conquistadores castellanos clausuraron aquellos recintos públicos y cuidaron de confinar a la fiera, que hasta entonces campaba a sus anchas, en el estrecho recinto del raudal de la Magdalena. Pero la furia de la bestia, lejos de amainar, se incrementó tras aquel fallido intento de reclusión.

El monstruo rabioso comenzó a hacer sangrientas incursiones por toda la villa. Un día sí y otro también se difundía, en los mentideros de la villa, la nueva masacre perpetrada por la fiera. Cosechas, animales y hasta familias enteras fueron pasto de su voracidad. A tanto llegó su atrevimiento, tal y como señalan ciertas crónicas apócrifas, que hasta osó, la flexible criatura, a mancillar el sagrado recinto de la Santa Iglesia Catedral, a través del conducto de agua bautismal, sorprendiendo a todos los parroquianos y sembrando el terror a diestro y siniestro.

Semejante profanación no podía quedar sin respuesta, y por ello las autoridades del Santo Reino tomaron la resolución de convocar a un imaginativo reo que, sirviéndose de engaños y astucias, atiborró el vientre de la criatura con grandes cantidades de panes, elaborados con una receta especial en la que la levadura era sustituida por pólvora, con la consiguiente explosión descomunal cuya onda expansiva quebró casi todos los cristales de la villa, y diseminó los restos de la fiera por todo el concejo.

Esa es la historia oficial. A los humanos nos complace sentirnos superiores y alardear de nuestra hegemonía respecto al resto de los seres. Sin embargo, son muchas los indicios que evidencian (para alivio de los colectivos animalistas) que nuestro mítico lagarto, en realidad, no sucumbió con aquel ardid.

De hecho, hay quien asegura que la noble criatura antediluviana (que nunca fue tan cruel como afirman las crónicas) reposa agazapada en las subterráneas aguas del barrio de la Magdalena, como si de un maravilloso útero mítico primigenio se tratara. Y en ocasiones, los que acercan su oído a la reja del raudal pueden distinguir su ronca respiración. También hay quien sostiene que ahora el lagarto se ha adaptado a nuestro modo de vida y se ha convertido en un vecino más, en un giennense anónimo que deambula de incógnito por nuestras calles y plazas, aunque no puede evitar sentir un escalofrío de inquietud cuando percibe viejos y dolorosos aromas al pasar junto a la puerta de una panadería.