La vuelta de Simenon

04 sep 2021 / 17:43 H.
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Georges Simenon (1903-1989) escribía con una elegante pluma estilográfica, junto a un enorme bote de tinta azul para ir recargándola, mientras fumaba con su característica pipa, y así creó decenas de libros sublimes en los que plasmó como nadie la mediocridad y la grandeza del alma humana entre una bruma de delicioso suspense. Simenon fue, ante todo, un excelso narrador: dominó el complicado arte de narrar de una manera absoluta. André Gide lo consideraba “el novelista más grande y más auténtico”. Y fue también un lector de la vida, no de la superficie, sino de la vida subterránea, la que pasa invisible y no percibimos a simple vista, pero que él observa e interpreta con ojos de cirujano del alma. Sus novelas destacan por el trazo de la atmósfera sórdida, de los personajes heridos, de la falta de oxígeno para sobrevivir en medio del clima helado. La vida late violentamente en sus libros. Se percibe el ambiente de la historia como si el lector estuviera en el mismo sitio que los personajes. Simenon, en una mañana de invierno, no describe la nieve que cae sobre Lieja, sino que aguarda a que la nieve esté sucia para abarcarlo todo en su prosa. De ahí obtiene la música para acompañar el brillo y la miseria de los personajes. Dirá uno de ellos: “Ya ves... El oficio de hombre es difícil”.

Aseguran que Simenon, sorprendentemente, es un autor no suficientemente leído en España, al contrario de lo que ocurre en el resto de países europeos, sobre todo Italia. Pero, para quien lee una sola de sus novelas, esa lectura se hace adictiva, sus libros causan adicción, y se necesita leer uno y otro y otro. La obra de Simenon es amplísima. Las editoriales Acantilado y Anagrama se han unido para reeditar a Simenon y a finales de octubre publicarán “Tres habitaciones en Manhattan” (1946), “El fondo de la botella” (1949) y “Maigret duda” (1968). Simenon, ya está dicho, fue eminentemente un narrador. Pero toda su literatura consiste en una sucesión de frases hermosísimas. Tiene un estilo brillante aunque no se perciba. Porque creó unas historias tan vivas, tan llenas de suspense, que no dejan ver la belleza con la que están escritas.

Ha dicho Juan Carlos Galindo en un reciente reportaje: “El ritmo de la novela, nunca frenético en Simenon, se combina con una compleja construcción de personajes que sustentan la narración. También hay algo negro, porque el crimen, como la soledad, el deseo frustrado, el resentimiento o el peso del silencio se filtran por las grietas imperceptibles de su torrencial literatura”. El comisario Jules Maigret, una de las grandes creaciones de Simenon, es friolero, paciente, grande, observa desde unos ojos de “mirada bovina” y, según sus compañeros, “se mete en los casos como el que se calza unas zapatillas”. Maigret se introduce poco a poco en el ambiente del crimen como en una tormenta a campo abierto y da con el asesino antes de estar completamente empapado. No se trata de un héroe, sino de un trabajador: un funcionario parisino que cumple ejemplarmente con su oficio. Maigret, como Simenon, contempla las miserias del ser humano desde una mirada radicalmente comprensiva. Y así se avanza a través de sus novelas. “La calle del tranvía es blanca y negra y la nieve allí está más sucia (...) El cielo es bajo, demasiado claro, con esa luminosidad que resulta más triste que el cielo gris de verdad”. Georges Simenon, ya está dicho.

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