La vida en una maleta

10 jun 2024 / 09:22 H.
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Este domingo me voy a meter en la piel de Yolanda Vizcaíno Gómez, una chica de Santiago Pontones que ha decidido apostar por su localidad, con una historia tan interesante que merece ser llevada al cine. Este espacio se queda demasiado corto para relatar una existencia entera; llena de lucha, esfuerzo, renuncia y sacrificio; pero también de amor, aventura, energía y felicidad.

Se describe con tres palabras que encapsulan su esencia: inquieta, disfrutona y muy curiosa. Una persona que encuentra alegría en los pequeños placeres de la vida y siente una profunda admiración por los mayores. Su amor por la montaña y la felicidad que siente al tomar las riendas de su vida la mantienen conectada a su entorno natural. Su rostro es la viva imagen de la alegría, vive en consonancia con lo que siente, se acepta y está orgullosa de lo que es.

Es independiente y tiene más sueños que tiempo para cumplirlos, pero está decidida a intentarlo sin perder de vista el suelo que pisa para asegurarse de que sus pies no dejan de tocar la tierra. A pesar de haber estudiado enfermería tiene alma de empresaria, reconoce que su trayectoria profesional no es convencional; pero una de sus habilidades es salirse de lo establecido para abrir nuevas puertas que la conecten con otras culturas. Se declara nómada y aventurera, pero también necesita momentos de paz que le permitan escuchar su voz interior.

Tuvo una infancia “hiperfeliz” rodeada de familia en un entorno exuberante de naturaleza con una crianza intergeneracional que ella compara con una “Escuela Montessori”. Por el contrario, su adolescencia resultó más complicada ya que a los 10 años tuvo que hacer la maleta para marcharse a Villanueva del Arzobispo, un pueblo más grande en el que podía seguir su formación.

A pesar de que vivió con unos familiares no tuvo una experiencia positiva, sino todo lo contrario. Años después necesitó terapia para comprender/gestionar esa etapa de su vida. El contacto diario con una madre y un padre no puede sustituirse con nada y a tan corta edad esa amputación tiene consecuencias que se arrastran toda la vida. Aún recuerda el sonido del reloj cada lunes a las cinco de la mañana, la rigidez del asa de su pequeña maleta, el sonido crujiente del freno de mano al llegar a la puerta de sus tíos, el frío de la mañana arrancándole el sueño. La tristeza de un abrazo que no se repetiría hasta que llegase el viernes, pero jamás los días habían discurrido con tanta parsimonia como aquellos.

Comprendió que tenía que adaptarse y estudiar para labrarse un futuro, así fue cómo se convirtió en enfermera. Le pregunto cuál fue la razón que la llevó a quedarse en la sierra y me explica que no se quedó al principio, cuando terminó la carrera —con 20 años— le ofrecieron un contrato definitivo en el centro de salud de Santiago de la Espada. No estaba preparada para quedarse definitivamente y sintió una necesidad urgente de alejarse, un vértigo angustioso del que ha crecido demasiado deprisa, del que aún no está listo para llevar una vida atada a las manecillas metálicas de un organismo artificial e inerte.

Tenía 21 años, una maleta y un billete que la dejaría en el centro de Madrid, donde trabajó un año, luego Valencia y después Bruselas. Ella volvía a su tierra con frecuencia y al despedirse la pena la axfisiaba. Siempre supo que su campamento estaba en Santiago Pontones, aquel sería su campamento base; pero tenía que ser sincera con ella misma y reconocer que necesitaba vías de escape, salir fuera de la sierra para volver después. Comprobar que Santiago Pontones estaría allí siempre para recibirla con los brazos abiertos, con sus casas intactas, sus callejuelas, el agua deslizándose por el cauce, acariciando las rocas sumergidas, limpias y brillantes.

¡Qué caprichoso es a veces el tiempo! Yolanda había salido de Santiago Pontones, había viajado de capital a capital; de centro a centro, de universo a universo, como si hubiera sido absorbida por un agujero de gusano y la hubiese traído de vuelta al lugar al que verdaderamente pertenece. El mundo en el reside su verdadera esencia, donde brota el manantial que hace fluir su alegría y recorre cada filamento que la compone.

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