La ventana del diablo

10 ene 2019 / 11:53 H.

La Basílica de Santa María de los Sagrados Corporales es grande y su interior oscuro y tenebroso. Negritud y silencio. ¿Qué hay detrás? A la izquierda y muy a lo lejos languidece una débil lámpara sobre el confesionario. Un cura completamente calvo, de nariz aguileña, ojos saltones y párpados caídos, desgrana impaciente las cuentas del rosario. Permanece a la espera del penitente ¡Ave María Purísima! Que nunca llega. Huele a madera vieja y a hierro descompuesto. Huele a frío y a misterio. Se escucha el susurro de una vieja, muy vieja, que reza a las ánimas benditas, cubierta la cabeza por el velo de encaje, envuelto el cuerpo en pieza de recia tela negra, larga hasta el suelo. Le responde el carraspeo de otra vieja. Cuando venía a la Santa Iglesia Basílica, el rechinar de mis pasos sobre el empedrado ahuyentó a un gato, que saltó raudo hasta desaparecer por un hueco de la que llaman Ventana del Diablo. Así mandó roturarla el concejal tras haberse acordado en pleno. ¿Acaso los días de precepto el mismísimo diablo asomará su fea cara, “¡buenos días!”, saludando, muy cortés, a la gente que pase hacia abajo, en busca del “ite, missa est”?