La trompeta sonará

    08 jul 2022 / 16:01 H.
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    Para aquellos que tienen la suerte de vivir en una ciudad costera, pasear por la orilla del mar al atardecer cuando el sol juega al escondite entre los árboles y todavía reverbera sobre las olas, invita a disfrutar de dos paisajes distintos fundidos en un todo armónico de luces y colores que poco a poco se difuminan entre las sombras. El ocaso siempre es buen momento para reflexionar si se camina en soledad o bien para dialogar si por suerte se hace en buena compañía. Ahora es tiempo de vacaciones y en la ciudad, playas, calles, bares, restaurantes, establecimientos turísticos y demás lugares de interés están repletos de personas que han llegado de todos los rincones del mundo con la ilusión de pasar unos días de asueto y quizás olvidar de alguna manera los agobios y demás problemas a los que la crisis actual les enfrenta. Para la mayoría de turistas parece que el tiempo se acaba en cada momento y para ellos no existe nada más que la felicidad que se alcanza consumiendo aquello que han imaginado necesitar durante toda esa larga e inacabable noche de pesadillas en la que hemos estado sumidos desde que comenzó la pandemia. Desde finales del año 2019 cuando la epidemia de covid comenzó a extenderse a nivel global, vivimos una época de crisis permanente en la que los cambios, casi siempre a peor, se superponen unos con otros a una velocidad de vértigo. En apenas dos años y medio hemos sufrido la muerte de seres queridos, confinamientos necesarios para contener la enfermedad, la erupción de un volcán que destruyó paisaje, haciendas e ilusiones en la isla de La Palma, malos datos económicos que muestran cómo tantos desastres han ido minando los pilares sobre los que se sustentaba el estado de bienestar, aumento de precios de forma generalizada como consecuencia de la escasez de recursos energéticos, y como traca final, una guerra de agresión injusta en el corazón de Europa que ha exacerbado la tensión mundial hasta niveles tan peligrosos que se hace imprescindible invertir en armamento recursos que se detraerán de áreas sociales, porque ahora no se descarta la posibilidad de una tercera guerra mundial en la que es muy posible que no queden ni vencedores ni vencidos porque todo podría acabar en la aniquilación de la vida en este planeta.

    Así que con este dantesco panorama al que de alguna manera estamos abocados no resulta extraño que la gente agobiada por la idea de que el futuro no va a ser mejor que el presente, practique el derroche de haciendas y vida como si las trompetas del Apocalipsis resonarán ya anunciando el fin del mundo.

    Es posible que una parte de la sociedad que está sufriendo tantas calamidades se sienta afectada psicológicamente y que todas esas personas que se enfrentan a hechos y situaciones que quedan fuera de su control no tengan demasiada esperanza. Si a esto le sumamos que se escuchan voces muy autorizadas que con la mejor intención del mundo hacen ciertas declaraciones en las que de alguna manera se advierte que todo puede ir a peor, la reacción popular puede ser impredecible y resulte que en vez de contenerse el consumo, se desborde el ansia de gozar ahora todo aquello que es posible que falte pronto, con las consecuencias ruinosas que se producirán, porque hay que recordar que todo tiene un precio y el precio de vivir y progresar se paga con el trabajo y el ahorro de cada día. Como ya han podido imaginar después de leer lo que antecede, tengo que decir que hoy he paseado sólo, con nubarrones en el cielo, viento fuerte y olas encrespadas, o sea que el tiempo está tormentoso y mis pensamientos de manera casi natural se han mimetizado con el entorno y resultan poco esperanzadores. Quizás me equivoco y todo volverá poco a poco a su cauce, mañana amanecerá algo más calmado y al caer de la tarde las olas acariciarán la arena invitando a pasear por la orilla con los pies desnudos. Es posible que describiendo la situación actual yo sea augur tan poco fiable como un tal Orbaneja como pintor, quien según decía Don Quijote, estaba en Úbeda y pintaba “lo que saliere”. Ojalá sea así por el bien de todos, y lo que yo he descrito sea sólo un “gallo”, un mal sueño.

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