La tele y los toros

31 mar 2023 / 10:07 H.
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En el rostro del indio “tumbao” —que así le llamábamos los niños a la cresta del Yelmo— se había instalado —como aguja de acupuntura— la torreta del repetidor, desde la que los técnicos, con sus prismáticos, averiguaban la calidad de la señal que llegaba al primer aparato de televisión de la sierra enchufado en una esquina del salón del casino de Segura. Según la bandera que los municipales ondeaban desde el adarve del arco de la Puerta Nueva, se enteraban si la tele se veía mejor o peor. Por un día, la rojigualda, la “requeté” y la falangista, dejaron de ejercer su función simbólica para contribuir al nacimiento de la comunicación audiovisual en nuestra tierra. El afinamiento posterior de la imagen se conseguía orientando cuidadosamente la antena. Y con la televisión fueron llegando los toros en directo. Gratis, claro. Era la única y era pública. Y desde luego no seré yo el que vilipendie la programación de aquellos quince o veinte primeros años de televisión en blanco y negro, mayormente a la vista de algunos programas que, a todo color y en pantalla gigante, hoy se pueden elegir entre varias cadenas. Y ¡ojo! en horario infantil. El mismo en el que entonces los chavales veíamos “cesta y puntos”, “viaje al fondo del mar”, una corrida de toros, el partido de la selección. Los combates de boxeo solían emitirse en horas nocturnas. Eran otros tiempos, por supuesto, pero, en contra de lo que algunos quisieran hacernos pensar, no parece que la que nació —y quien sabe si también morirá— a la par de la televisión haya sido una generación especialmente belicosa. Al revés, es la que logró establecer la concordia entre españoles que algunos hoy pretenden descomponer. Y si hablamos de toros, no parece que en aquellos territorios donde se han prohibido o eliminado las corridas haya mejorado por ello la convivencia. Ni mucho menos. Ya lo decía Antonio Gala: “si somos ensangrentados y alocados y rudos, no será por los toros, sino al contrario: los toros hacen delicada, dorada y aseada la violencia; la hacen mística y mágica”. Tras medio siglo en la pública y un cuarto de siglo en la privada —Plus o Movistar— está por ver si ahora mundotoro.tv, con la nueva tecnología de streaming en internet dará con la tecla en su loable intención de captar nuevos adeptos en el mundo entero. Porque los aficionados o los “viciosos” de los toros está claro que nos vamos a apuntar. Pero atraer nuevos afiliados a un espectáculo tan política y mediáticamente maltratado será tan complicado por lo menos como llenar las plazas, que es por donde habría que empezar. Llenarlas de públicos motivados. No de turistas. Que eso ya se hizo en Cataluña y así están como están. La industria no puede suplir el rito ni sus liturgias, porque en la fiesta, como en la misa, la participación de los “fieles” es imprescindible. Y aquí los fieles son los aficionados, que por suerte son muchos más de lo que se dice y por desgracia se visualizan menos de lo que representan. Y no hablamos solo de asistencia a festejos, sino del apostolado taurino que las peñas de aficionados ejercen en sus propios territorios y —cada vez más— en las redes sociales. Si toda esa caterva de creyentes se organizase, las instituciones públicas y el negocio taurino se lo tendrían que ir mirando. Que la defensa del patrimonio cultural se debe hacer en abierto. No a escondidas y cobrando.

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