La sabiduría del espantapájaros

    04 dic 2022 / 16:00 H.
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    Morderse la lengua, hacer oídos sordos, ponerse una venda en los ojos o mirar para otro lado. Cerrar la boca para que no entren moscas, tener el corazón de paja y la sangre de horchata, comulgar con ruedas de molino, procurar no moverse un ápice para salir bien en la foto. Irse a nadar y guardar la ropa, no fiarse de las aguas mansas y menospreciar al perro ladrador, y así etcétera, muchos etcéteras. Tenemos numerosas expresiones, locuciones y sentencias del refranero, que al parecer nacen de la experiencia y sabiduría popular, que quizás pueden inducirnos más a la confusión que a la clarificación para encontrar los caminos que pudieran llevarnos al encuentro de algún tipo de realidad creíble, de alguna verdad patente. En esta coyuntura nos encontramos, en este frenesí, entre saberes e ignorancias, sin acertar a dilucidar, si nos hallamos en el ejercicio de una virtuosa prudencia o en disposición de asumir una cegadora conformidad o un letargo enfermizo. A callar, que luego todo se sabe. Si dejamos actuar siempre a las potencias rectoras que nos hemos fabricado, a saber: el parné, el cuestionado poder político y la fe ciega, no saldremos nunca de nuestras mansedumbres e impotencias adquiridas, y nos incorporaremos a la inefable eternidad sin saber que nos ha pasado.

    También es cierto que los ciudadanos de todas las Españas nos reconocemos, con ufanía y resolución, como maestrillos, en posesión cada uno de sus librillos. Antes predicadores, manijeros o reyes, que villanos, peones de brega o aprendices de nada ni de nadie. Y de” aquesta guisa” nos proclamamos en el foro de la taberna, en los senados del hogar del pensionista, en los efímeros congresos de una sala de espera, en la doméstica mesa camilla, o en la soleada esquina de una plazoleta de barrio. Sin embargo, cuando el armazón que sostiene nuestra enciclopedia de ir viviendo, se torna quebradizo, sea por el paso del tiempo, sea porque nunca fue de suficiente calidad, o por la acción corrosiva de agentes externos, como viene ocurriendo desde tiempos inmemoriales, entramos en ofuscación, tendemos al pajareo y la visión desnortada, nos abocamos al juicio apresurado, a la descalificación global, a los fanatismos oscuros. Merma nuestra arrogancia, aflora la fatalidad. Un caldo de cultivo propicio para la proliferación de vampiros, buitres y otras alimañas. Ante estas evidencias, entiendo, que no sería despreciable aprender el oficio de espantapájaros, un profesional en quietud y mutismo, dueño de sus pajas en cuerpo y alma, y por encima de todo un experimentado ahuyentador de pajarracos de mucho cuidado.

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