La realidad y el deseo

    15 ene 2023 / 16:00 H.
    Ver comentarios

    Tomo en usufructo el título de la poesía completa del poeta andaluz Luis Cernuda para rotular esta columna y para procurar convencerme y compartirles que si nos atenemos a la verdad esencial sin ornamentos y demás abalorios, la realidad siempre será una e inequívoca, aunque se la pueda adulterar, ocultar o ignorar. Los deseos son tan complejos y variados como la misma condición humana. La realidad es la misma para el sano como para el enfermo, entendiendo por realidad, la constatación sin más de que poseemos un cuerpo físico sometido a los avatares más diversos, azarosos e inciertos, y aceptando sin mayores contemplaciones que somos fungibles, es decir nos gastamos por el uso, abuso y disfrute de nuestra identidad óseo-cárnica. El opulento y el indigente comparten idéntica realidad, es decir, la existencia de bienes materiales deparados por la acción conjunta de la naturaleza y el hombre, la diferencia está en que unos los acaparan y otros los necesitan. En cuanto al amor, entendiéndolo en todas sus facetas y manifestaciones, es una realidad mucho más etérea, intangible, y como tal sometida a las oscilaciones del ente amatorio. Hay amores que matan, amores desinteresados, los menos, amores pluscuamperfectos, y amores propios, que en definitiva son, quizás, los que más se atienen a lo que se pueda entender como una realidad perceptible. En resumen, está tricotomía con la que nos recibimos cada principio de año, deseándonos salud, dinero y amor, no obedece a las realidades que la mayoría de los seres humanos saben conjugar. Nos saludamos ante lo venidero con frases hechas, con códigos de conducta que obedecen a nuestra educación cívica y sentimental más básica. Queremos ser el deseo a pesar de la realidad. Y aun sabiéndolo consciente o inconscientemente jugamos a intercambiarnos nuestras dádivas de artificio. Resulta enternecedor el ser humano en su desamparo. Por poner un ejemplo personal y muy reciente, les confieso sin pudor ni vergüenza, que ayer noche quedé penúltimo en la Carrera de San Antón, el último lugar lo ocupó mi sombra, que llegó realmente exhausta. Como ustedes comprenderán ese no era mi deseo, ni lo que me dictaba el amor propio, pero la cruda realidad se impuso. Me consolé acogiéndome a la balsámica máxima que proclama que lo importante es participar, e inmediatamente me desconsolé al ser consciente que en verdad me había “chupado los pedos” de más de dos mil corredores que me habían adelantado en su ilusionante afán de llegar hasta la meta. Pude cumplir mi propósito y culminar mi deseo, eso sí, detrás de las ambulancias y cuando el cartel de la meta ya era un trapo viejo. No les culparé si ustedes se mofan de esta hazaña minúscula, ni tampoco si se ríen abiertamente de esta payasada del escribiente, sería la constatación de que sabemos reinos de nosotros mismos, más allá de nuestras realidades, o ignorándolas hasta donde se pueda. Este sería mi deseo para este año y los postreros, riámonos en paz con la vida y a pesar de ella.

    Articulistas