La pelusilla

    20 mar 2025 / 08:48 H.
    Ver comentarios

    La pelusilla siempre fue cosa de pequeños. Se da, especialmente, entre los hermanos, los amiguillos, los compañeros de colegio... Su forma diminutiva la perfila como si se tratara de una nimiedad, de una insignificancia sin maldad, propia de los pocos años. Cosas de niños, se dice. Y todo el mundo espera que con la edad desaparezca. Así ocurre casi siempre.

    Pero, ay dolor, en algunas ocasiones, la pelusilla se transforma en pelusa, y hasta en pelusona. El significado en las tres formas es el mismo: celillos, celos, envidia pura y dura, tan arraigada en los humanos desde que nos consideramos como tales. La envidia es una enfermedad, me comenta siempre Pacotoro.

    Y creo que lleva razón. Una enfermedad de difícil curación, porque se convierte en algo consustancial a quien la padece. Forma parte de su propia personalidad. Recordemos que la envidia se presenta en dos vertientes primordiales: una, al alegrarse del mal ajeno; y otra, entristecerse con lo bueno de los demás.

    Cuando estudiábamos moral cristiana, o ética en general, la envidia se incluía entre los pecados o vicios capitales, al ser cabecera u origen de otros yerros y quebrantos.

    Por ello y con el fin de atenuar sus graves consecuencias, se proponía que la mejor lucha para contrarrestar sus secuelas era la caridad. Es decir, la comprensión, la paciencia, el perdón, la compasión, la humanidad... A veces la envidia campea a sus anchas por otro ámbito más malvado aún: el de la soberbia y la arrogancia. Es su refugio, la manera de ignorar su triste realidad.

    Realidad ciega, habría que apostillar. “Yo —siempre el yo—, soy el primero en todo, el que más sabe, a quien nadie puede rebatir porque estoy en poder de la verdad absoluta...” Y a tal extremo llega la estupidez, que los afectados se lo creen a pie juntillas, no faltando, además, el grupo de seguidores fieles y serviles que los ensalzan y los magnifican, aún más. Ignoramos si esta enfermedad tiene cura o tratamiento, pero Dios nos libre de su contagio, que puede ser aún más pernicioso.



    Articulistas