La otra mejilla

    13 jun 2021 / 14:26 H.
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    La clase política dirigente, sorprendente, se abraza a conceptos ligados al imaginario judeocristiano. Y todo ello en mitad del oleaje laicista que ordena la sociedad actualmente. Oímos arengas dadas al perdón, al abrazo, al ofrecimiento de la otra mejilla ante la ofensa. Y eso nos congratula en tanto en cuanto pudiera ofrecer un horizonte de pausada reconciliación, de solucionar los problemas de una sociedad cansada y aburrida. Se juega con el término, pero se obvian las condiciones. Si tenemos esperanza en alcanzar el encuentro debemos mostrar también fe en las acciones y propuestas de ambas orillas, todo ello desde el punto de vista teologal. Y ya que estamos, saquemos del olvido otras virtudes que nunca debieron abandonar el rifirrafe político que nos envuelve. Se diría que la justicia solo se mantiene como guía y señal si sus sentencias nos adulan. Mas si por ventura los jueces osan contradecir la sacrosanta opinión del Gobierno, láncese contra ellos, apuntan desde las poltronas, todo el peso del oprobio y el descrédito. Se carece de la más elemental prudencia en estas salidas de tono y qué vamos a decir de la templanza. ¿Alguien recuerda a qué hace referencia esta olvidada virtud? Eso de actuar o hablar de forma cautelosa y justa, con sobriedad, con moderación o continencia para evitar daños, dificultades e inconvenientes se nos antoja propio de otros tiempos de sometimiento. Sin embargo, se arguyen extrañas fortalezas para, precisamente, abogar por lo contrario. Ni las teologales ni las cardinales parecen ser virtudes de nuestra realidad política mas preocupada por el mercadeo de tú me das y yo te apoyo, tú no me investigas y yo te aplaudo, tú miras hacia otro lado y yo me salgo con la mía. Así que, por caridad —esta es la que nos faltaba—, señores y señoras políticos, escuchad de verdad a aquellos de quienes dependen vuestros escaños y prebendas. Un ejemplo palpable: perdonar a sediciosos encarcelados por sentencia judicial. Rebusquemos de nuevo en el imaginario catequístico. Para el perdón se necesita: el examen de conciencia (lo volveremos a hacer), el arrepentimiento (no necesitamos perdón de nadie), la contrición o propósito de enmienda (no renunciamos a nada), la confesión (nada ilegal hemos cometido) y la penitencia (amnistía y autodeterminación). Ante la total ausencia de la más mínima “renuncia al mundo, al demonio y a sus pompas” se opta por cerrar los ojos —y la nariz— y se abraza el beatífico perdón de quienes no lo piden ni lo necesitan. Tampoco cambiarán de directriz al recibirlo. ¿Qué se obtiene entonces con el indulto? ¿Acaso un puñado de votos? Volvamos a las bienaventuradas virtudes y confiemos. Lástima que la sensatez no sea una de ellas.

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