La nueva normalidad

19 may 2020 / 16:45 H.
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Estoy preparándome para ser “normal”. Me preocupa no hacerlo bien. Supongo que es un objetivo que requiere un duro entrenamiento. Yo, todas las mañanas, al levantarme, dedico un buen rato a tratar de hacer una improvisada tabla de gimnasia, ensayando una y otra vez frente al
espejo, pero no puedo evitar verme raro, extraño, incapaz. Y es que esto de la nueva normalidad supone todo un desafío para mí. Sin embargo, tengo que seguir intentándolo, esforzándome al máximo. Por nada del mundo quisiera llamar la atención, cuando me toque salir a la calle. Me moriría de vergüenza si escuchara a la gente comentando en voz baja, al verme pasear, que me comporto como un “anormal” (o mejor dicho como un “nuevo anormal”) cuando llegue el momento de romper definitivamente el confinamiento (cuyo final pospongo una y otra vez por temor al qué dirán).

Como ciudadano de buena voluntad pero que lamentablemente posee una escasa destreza congénita en esta sobrevenida asignatura obligatoria que es la nueva normalidad, rogaría a la Administración competente que colgara un tutorial de fácil acceso, para gente como yo, analfabetos funcionales y disléxicos de la normalidad. Porque me he pasado media vida intentando adquirir mi licenciatura de persona común y corriente, sobreponiéndome a diversos fracasos en mis sucesivos intentos de convertirme en uno más del montón, y cuando al fin consideraba que había llegado a dominar las técnicas fundamentales de la normalidad, van y me cambian las reglas.

Hay gente que tiene, de un modo natural, una capacidad camaleónica para adaptarse a los nuevos parámetros de tipo social. Pero, me temo que, para algunos, esta súbita necesidad de adoptar la nueva normalidad es como si uno tuviese la licencia de conducir de toda la vida y le quitasen, de golpe y porrazo, todos los puntos del carnet, y hubiera que aprender otra vez el teórico pero con todas las señales de tráfico cambiadas y además, para superar el examen práctico, apenas existieran carreteras ni semáforos que delimitasen la circulación. En realidad supongo que el problema es mío, siempre he sido un poco raro, y ahora no sé cómo voy a llevar lo de convertirme en un “nuevo raro”. En cualquier caso, está claro que tendremos que modificar, por motivos básicos de salud, nuestros hábitos, temporalmente. Pero espero que “el nuevo orden” no erosione, definitivamente, derechos que considerábamos inalterables y que nos han sido confiscados y espero que se nos devuelvan íntegros cuando retornemos a la añorada vieja normalidad. Y es que, hace un tiempo, nos habría resultado inimaginable que podíamos ser sometidos a un toque de queda casi permanente o a un control de nuestros movimientos a través de nuestros dispositivos móviles o a ser recluidos y aislados en edificios que ya se han inventariado con el fin eventual de almacenarnos temporalmente en caso necesario. Y son medidas que deben llevarse a cabo si no hay otra manera humana de combatir la expansión de este virus tan dañino, pero echo de menos un poco de debate en cuestiones que afectan derechos fundamentales. Y espero que no consideren, los gobernantes de turno, que les ofrecemos una especie de barra libre para tomar sin límite nuestras libertades hasta emborracharse de autoridad, porque en tal caso, la resaca podría ser terrible.

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