La notable pianista

30 abr 2019 / 12:23 H.

A finales del siglo XIX, las Carmelitas de la Caridad establecieron un colegio femenino en Jaén. Las alumnas eran instruidas en lo que se consideraba adecuado para una señorita y futura señora de bien: Cuestiones clásicas, labores y artes de adorno. Esas artes de adorno comprendían tres materias: Francés, dibujo y música, tanto canto como interpretación. Al piano, pronto destacaron las hermanas Santamaría. Y, entre ellas, especialmente, Rafaela. Una desgracia familiar impidió que siguiera esa carrera musical que habría de llevarla al Conservatorio y a Madrid. Rafaela prosiguió sin maestro, sola con su buen hacer, tesón y constancia estudiando piano. Se convirtió en figura imprescindible de los conciertos, actos religiosos o benéficos que alborotaban aquel Jaén de los años 20. Y admiraba a un pianista de su época, otro autodidacta como ella, el gran Rubinstein. A su altura estaba Rafaela, lo decía en 1924, Alfredo Cazabán: “Su nombre —si hubiérase consagrado por entero al piano y hubiera obtenido la consagración oficial de sus estudios— figuraría hoy, por derecho propio, al lado de los que están en primera línea, como verdaderas eminencias de la música, en España y fuera de España”.