La noria del tiempo
Perdona” —dijo el hombre— “ha empezado a llover y los pájaros mueren si se mojan. Voy a recogerlos. Es un segundo. Espérame aquí”. Y salió a escape. “Está completamente loco”, pensó el otro. Lo pensó porque en la calle lucía el sol y no había una nube en el cielo. Por el ventanal podía vérsele trajinando con las jaulas. El suelo del patio y las hojas de los árboles estaban secos. Regresó enseguida. “¿Ves? ¡No he tardado nada!”. Traía el pelo y la camisa chorreando. “Pero, ¿cómo es... ?”, musito el otro. Y permaneció impávido, mudo, con la boca abierta. Acercó la mano a la camisa del hombre y sus dedos se pringaron de agua.”No me extraña nada que te sorprenda. Esto es como echar a andar. O como pedalear en el triciclo. Cuando pruebas y te gusta no hay quien pare. Ahora está lloviendo a mares. Por eso recogí los pájaros, para que no se mojaran. Mira cómo empapó mi camisa. Mira mi pelo chorreando. Y sin embargo ayer no llovió. Tú y yo estamos hablando ayer y ayer hizo un sol espléndido. Pero los pájaros y yo estamos en el hoy, y hoy llueve a cántaros. Lo comprobarás mañana. Yo he venido hacia atrás porque tengo que atenderte. Ya sé que me traes la carta de despido. No intereso. Nada nuevo ni bueno se espera de mí. Así que toca plegar y marcharse. Y conviene hacerlo antes de que la situación se agrie. Me voy. Tengo todo el tiempo para esperaros. Esperaré a que llegues. Porque también vosotros sois de llegar. Yo por mi parte tengo asumido el tránsito. Legumbres y verduras cocidas, algún mendrugo de pan. Un trago de vino de cuando en cuando. Eso no hace hábito, créeme. Es poco, ya lo sé; pero ¡que no falte!. Ahora puede faltarme. Lo tuyo, en cambio... Abandonar el buen vivir, la estima y la adulación de la gente tiene que hacerse cuesta arriba. No es justo. Unos —vosotros— abandonáis la felicidad. Otros —nosotros— esperamos encontrarla. La muerte no es justa. ¿Y quién ha dicho que tenga que ser justa? Acaso sea injusta precisamente para hacer justicia al mundo”.