La noche de los tiempos

    20 mar 2024 / 09:01 H.
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    El ansia es ese deseo fuerte, rotundo, irrenunciable y urgente por algo, ya se trate de chocolate, nicotina, alcohol u otras drogas. Pero el ansia también se manifiesta como una necesidad imperante de poseer, sobre todo dinero, y de ostentar el poder. De ahí que, cuando por la vía legal se hace difícil y laborioso, el “homo avidus” recurra a la práctica de la corrupción, palabra que deriva del latín “corruptio” y de aquí “corrumpere”, que significa echar a perder e implica depravación, putrefacción y soborno, a cargo público o privado, a efectos de obtener ventajas o beneficios contrarios a derecho. Casi nada. El incorregible corrupto es un ansioso que arriesga su libertad y su alma en aras de riqueza y poder y cuyos límites, si alguna vez los tuvo, se pierden en la noche de los tiempos. Sólo puede pensar en un monosílabo: más. Pero, por regla general, el ansia desmesurada pasa factura o, traducido a la sabiduría popular, “la avaricia rompe el saco”. Todo tiene un final, nada es para siempre. Por eso, por más que el corrupto disimule, por más que esconda lo robado, por más ruido que haga para eludir responsabilidades, al final lo pillan. Sobre todo, cuando, como dijo Marcelo en la famosa tragedia de Shakespeare, “algo huele a podrido en Dinamarca”.

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