La mala paz

    05 mar 2023 / 11:50 H.
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    Oyeron estos días hablar del llamado “El Mediador”? Cualquiera y a cualquiera le llaman “mediador”. Con la que está cayendo, miedo me da titularme “Mediadora”. Pero lo soy. Así que hay que meterle mano al asunto. Entenderé que se pregunten que a qué fauna pertenecemos los llamados Mediadores, siendo que semejante “título” inspira “operaciones” como la de “El Mediador” de Canarias. Hoy hablaré de unos seres mágicos que, usando ciertas destrezas, encarrilan entuertos que antes se judicializaban de entrada, y hasta dicen que, aunque la paz sea lo deseable, no cualquier paz es deseable. Hasta osamos afirmar que hay una mala paz: la que se firma dejando a sus espaldas vencedores y vencidos. Viene esto al hilo de que el próximo día 25 tendremos en Jaén las VI Jornadas de la Asociación Iberoamericana de Psicología Jurídica, a las que he sido convocada como Mediadora ponente, y cuyo título —actualizaciones de la psicología jurídica y forense— me abdujo cuando propusieron mi intervención en una mesa de título no menos tentador: presente y futuro de la mediación. Desde ahora, no sin adelantar mi gratitud a mis convocantes, afirmo: si admitimos que la Mediación propicia la buena paz, y la pretensión es que la llamada Mediación despliegue plenamente su potencial holístico, el futuro pasa por su “descolonización”.

    Lo que quiero decir, y ampliaré con detalle en mi ponencia, es que la Mediación, libre de cargas ajenas, es un óptimo método de intervención alternativa a la judicialización en escenarios de conflicto. Pero la Mediación es un aparejo ecológico casi recién descubierto. Y, como todo joven “territorio” aún por explorar en su conjunto, carece de perfiles definidos, no porque no los tenga, —que afirmo que los tiene sin miedo a equivocarme—, sino porque, como sucede en cualquier nuevo hallazgo espacial, su eficacia se somete a sospecha —cuando no se le niega— desde los señoríos institucionales, por algo tan simple como que aquéllos carecen de la información mínima necesaria para entender/concederle su propio espacio; negación de efectividad que no por supuesta deja de ser interpretada por los “colonizadores” como indigencia, cuando no carencia “cultural”, y, por tanto, demandante de la ilustrada redención de los “predicadores” de la “fe verdadera”, y teóricamente ávida de ser “catequizada” y redimida de su conjeturada barbarie.

    Como digo, en mi ponencia ampliaré mi teoría sobre la “colonización institucional” en un recurso tan “sospechoso” de charlatanería para algunos como lo pueda ser una disciplina carente de titulación académica propia —no existe una diplomatura o licenciatura en Mediación—, aunque para poder ejercerla con arreglo a la propia ley que la regula, —Ley 5/2012, de 6 de julio, de Mediación en Asuntos Civiles y Mercantiles—, se pida una “especialización” —expertos/ master— para la que, a su vez, se exige a los aspirantes estar en posesión de algún “grado” universitario (puede ser cualquiera) con el que optar al acceso y obtención de ¿postgrado?

    Tras los primeros amagos de implantación en España de una tan desconocida metodología, y después de superar muchas cautelas de los profesionales históricos en la intervención de antagonismos relacionales (juristas, árbitros, y psicólogos básicamente, temerosos de una tan amenazante competencia), no fueron pocos los “chiringuitos” de “formación de mediadores” que, nacidos al calorcillo de una fácil rentabilidad, rayaban más facundias charlatanas que en efectivas maestrías. Pero esa es otra historia. ¿Ven? Entre lo de la “operación Mediador” que nos ha percudido el nombre, la carencia de espacio académico propio, y las discordias mejor o peor intencionadas entre los que siempre desconfían de “lo nuevo” y los que ven en los conflictos ajenos un sabroso pastel a repartirse, mal lo llevamos.

    Y, sin embargo, créanme: no hay una paz más duradera que la legitimada por la personal decisión sobre el propio conflicto. Es lo que otorga la Mediación. Lo otro podrá llamarse “paz”. Pero es una mala paz.

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