La irrealidad política

14 sep 2019 / 11:12 H.

El filósofo y dramaturgo Javier Gomá Lanzón escribe en el prólogo de su recientemente publicada comedia “Quiero casarme contigo”; “Spinoza dijo que la idea de círculo no es redonda y Althusser, siguiendo el juego, añadió que el concepto de perro no ladra”. Si continuamos las teorías de estos pensadores estamos en condición de afirmar que el concepto de política es confuso. Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid, explicó hace días en una entrevista radiofónica que en una encuesta realizada por el ayuntamiento la mayoría de los jóvenes respondieron que los políticos únicamente aspiran a enriquecerse.

Los tiempos son, pues, oscuros en política. En todo el mundo. Globalmente vivimos una política en funciones. Es como si esperásemos que llegue definitivamente la estabilidad y el sosiego. Con la canciller alemana Angela Merkel en retirada, el presidente francés Emmanuel Macron representa en Europa la única posibilidad de un cierto liderazgo sólido.

Aunque Édouard Louis, joven escritor francés, sacó la pasada semana una sensacional novela titulada “Quién mató a mi padre” (Siruela), en la que critica con rabia y dolor los recortes en ayudas sociales que poco a poco pero de manera implacable se han hecho en Francia desde Chirac a Macron y que han destruido a mucha gente vulnerable. Porque en esta insolidaria Europa del Brexit, Boris Jonhson no parece un político, sino un actor que caricaturizara a un político que da mal en cámara con una especie de peluquín color caramelo sobre la cabeza y dificultades para pronunciar correctamente Downing Street. Boris Johnson es como una imitación de las que hacía en los años 80 Fernando Esteso. Y Donald Trump, con sus peligrosísimas ocurrencias políticas, como la de la frontera de Estados Unidos con México, es como lo que el gran Carlos Luis Álvarez, Cándido, llamó en “Un periodista en la dictadura” (1976), libro inolvidable, “La patada de Charlot”.

En España, además, los políticos, quizás para distraer el aburrimiento de permanecer durante tanto tiempo en funciones, se han dedicado a tocar el idioma, algo muy peligroso. Han retocado el significado de la palabra “relato”. Relato son, por ejemplo, los “30 cuentos y una balada”, libro de Francisco Umbral que hace un año publicó la editorial andaluza Renacimiento. O los relatos de Oscar Wilde. Pero nunca el relato de Pedro Sánchez o de Pablo Iglesias sobre una investidura fallida. Porque la política, si se ocupa del relato, se olvida del discurrir humano. Y más que las ideas, o las ideologías, y sobre todo que los escaños, en el centro de la política debe estar el ser humano. Goethe habló de “conocerse a sí mismo en relación a los objetos”. El político se tiene que reconocer a sí mismo en relación a la “humanidad/humanidad”. Pero en España hemos pasado un largo verano, y abordamos un incierto otoño, con la obsesión política del relato. Que en ocasiones se convierte en “la narrativa interna” de un determinado partido.

El mundo —y por supuesto España— evoluciona hacia lo mediocre. En los años 80 existió la guerra fría Washington-Moscú, que John le Carré plasmó de manera colosal en sus novelas. Y ahora lo que hay es una guerra fría Moncloa-Galapagar. Inmediatamente después del retorno de las vacaciones, “El Roto” publicó en un periódico una viñeta que decía: “Volvemos a la irrealidad”. Pues eso.