La herida

    25 may 2025 / 09:41 H.
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    La herida crece y crece cada vez más grande hasta hacerse inmensa. La herida sangra y mancha todo lo que la descubre. La herida cambia de color todos los días y poco a poco se hace perpetua, incurable, incapaz de dejar una bella cicatriz que la una a un bello recuerdo. Sola y sin remedio. Así está la herida que no se permite descarnar ni tocar ni curar. Siempre pululando odios y venganzas de antaño que solo viven en ella. Con el brillo de las balas en forma de palabras fatuas, vacías, sin sentido ni coherencia, sigue empeñada en el discurso eterno y fácil de la paz. Como si ella supiera lo que es la paz. Como si solo ella lo supiera. Como si nadie supiera que su origen no es otro que la falta de paz. Así es la herida más antigua de la historia. Llena de dioses y dioses enfrentados a la razón, amantes de la discordia, opulentes, soberbios, tenaces, crueles. Puede parecer una situación alegórica, pero nada más lejos de la realidad. Todos llevamos por dentro las heridas de nuestro pasado aunque no lo hayamos conocido ni vivido. Traumas infantiles heredados por una educación distinta a la vida que, finalmente, hemos de vivir. Guerras que no conocimos sino por las palabras de un bando o de otro y que nos llevan a descubrir verdades inimaginables. Es entonces cuando nos aferramos a nuestras creencias más íntimas, en la mayoría de los casos irrenunciables. Así empiezan las heridas.

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