La “guagua”

30 jun 2016 / 18:00 H.

Yo viví casi diez años en Peñamefécit, a pocos meses de inaugurarse el barrio que desde entonces es conocido como el barrio de “la Guita”. Era la década de los 50 y pateé muchos días los olivares donde se levantó el Hospital Clínico para subir a mi trabajo en la ciudad. Me viene este recuerdo porque hace un par de días me llamó mi entrañable Pepe Román Santos, que vivió en mi mismo bloque, y me habló de aquellos primeros años del barrio. Y salió a colación el primer servicio de autobús urbano, una “guagua” destartalada que vino de Melilla o Ceuta —no lo recuerdo bien— en el año 58 y, Pepe, que provenía de por aquellos pagos, tuvo algo que ver en este “fichaje” que realizó un eficaz servicio a los vecinos de Peñamefécit. El dueño de aquel antiguo autobús era Bernardo Carreras Seguí, que se trajo como conductor a un hombre de su confianza, como era Antonio Bascuñana, a quien los jiennenses bautizamos como Antonio “el Moro”.

Desaparecido este servicio por la llegada de la empresa Castillo, este hombre se dedicó a conducir un taxi y años después tuvo un trágico final. Bernardo vino con el consentimiento del Ayuntamiento y sin cobrar subvención alguna. Tuvo aceptación y el autobús, que estaba dividido en su interior por unas barras que separaban el espacio de asiento con el que no lo tenían, al que llamábamos “la jaula”. Los jiennenses tenemos nuestra guasa para bautizar las cosas. Por eso el autobús era conocido como “la Ballena” porque siempre iba lleno, a rebosar. Y realizaba un servicio no muy cómodo, pero práctico.

Pepe Román y yo lo pasamos bien rememorando aquellos tiempos en que un autobús medio destartalado fue noticia en nuestra ciudad, donde no conocíamos más autobuses que el de “la Pava” a Madrid, “la Alsina” a Granada, los de Chamorro, que iban a Martos saliendo del parador Nuevo, el de Vargas-Machuca que iba al Puente de la Sierra y aquella tartana que hacía el servicio desde la estación de ferrocarril al hotel Nacional. Y todo aquello que ahora nos parece tan extraño era un adelanto de la ciencia, porque aún recuerdo que años antes de aquello veía circular por nuestras calles los coches con gasógeno. Eran tiempos en que ver un coche era un espectáculo, tanto que los chiquillos corríamos detrás de él y, los más osados, se enganchaban en la trasera para “viajar” un trecho gratis.