La goma-soga de borrar

    12 jul 2020 / 13:32 H.
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    Qué nos está pasando? ¿Cómo hemos desempolvado estas ansias por borrar, revisar, requisar o reescribir la historia? ¿No estaremos cegados por una cierta dosis de fanatismo sumada a tonelada y media de ignorancia? Censurar libros y películas, derribar o quemar estatuas no es sino un peligroso movimiento que se acerca a otros tiempos que creíamos superados pero que vuelven con inusitado frenesí. Y lo hacen vestidos de la inocencia de los sentimientos heridos y difuminados a través del peculiar cristal que intenta revisionar el pasado para que nos encaje hoy. Hemos sacado del cajón la goma-soga de borrar episodios y personajes que en un tiempo pretérito gozaron de predicamento pero que ya no concuerdan con nuestra civilización actual. Por supuesto que es lícito y necesario, estudiar, enmarcar y criticar la huella humana a lo largo del tiempo. Hay momentos que nos avergüenzan y que nunca deberíamos repetir, pero borrarlos de un plumazo —o sogazo— no es la solución. ¿No existió lo que pretendemos borrar? ¿No sucedieron los hechos por los que ahora caen de sus pedestales personajes antaño aclamados? ¿Deja de existir aquello que no se ve o se esconde? Un aterrador viento uniformista parece querer apoderarse de nuestros recuerdos como grupo social, de lo que fuimos, coreamos y aplaudimos en su día de acuerdo a lo que cada momento histórico tiene como “libro de instrucciones”. En estos momentos prácticamente cualquier idea no coincidente con el argumentario único y verdadero se tilda de racismo fascista, de xenofobia feroz, de supremacismo vomitivo. Y de esos polvos, los lodos del derribo. Incluso personajes o monumentos poco sospechosos han sido vapuleados por hordas impulsadas por un odio fanático alimentado por la mas peligrosa de las ignorancias: la manipulada desde los intereses no siempre claros de ciertas élites que, dicen, defienden la verdad. Claro que no podemos cerrar los ojos a lo que sucedió, a lo que fuimos, a lo que hicimos, pero pasarlo por la goma-soga de borrar no hará que desaparezca. El vandalismo no tiene nunca razón. La solución, como tantas otras veces a lo largo del tiempo, está en la educación. Educar es el antídoto que evita la ignorancia y pausa, hasta hacerla desaparecer, la posibilidad de ser manipulado. No abundan los episodios históricos en que los gobernantes se hayan preocupado de elevar el nivel cultural de esas “masas” a las que conviene tener enclaustradas en el pensamiento dirigido para exprimir luego sus votos. Parecía que, en estos tiempos de libertad, de avances, de progreso, ese pequeño matiz había quedado prendido en un meandro de los almanaques, pero, a la vista de lo que está sucediendo, no deberíamos estar muy seguros de ello.

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