La frontera

Abuelo, ¿qué es la frontera? Me sonrío y digo para mis adentros: “Yo qué sé...” Y no es que se haya alterado el significado, sino que unas acepciones se van imponiendo a otras. En clase nos explicaron, explicamos, que las fronteras eran unas líneas imaginarias que separaban unos países de otros y que coincidían con accidentes geográficos, como ríos, montañas... Que las había políticas y oportunistas... Pero conforme crecíamos en edad y criterio, íbamos descubriendo que las fronteras se sucedían entre regiones, provincias, poblaciones, barrios, calles... Esta urdimbre de rayas ficticias e intangibles, se está desdibujando en la actualidad, para potenciar grandes bloques de dominio sociocultural, con el denominador común de la economía y la política. Estas grandiosas fronteras representan la barrera de las diferencias, muy lejos de lo que, de tú a tú, era, por ejemplo, una linde. Siempre me llamó la atención la terminología y las expresiones de las actas notariales: la finca tal o cual linda por el sur con la de aquel otro. No hay mejor delimitación que la acumulada durante siglos de experiencia. De aquí no pases, que esto es mío. De esta forma, cada cual, sabía, sabe, dónde empieza su propiedad y dónde acaba.

Pero el concepto de frontera es, aún, más amplio: es lo que tenemos enfrente, el límite de multitud de situaciones... “Estoy al borde del precipicio”, decía un viejo amigo al intentar ligar a esta o aquella. La linde de la soltería le impedía dar el paso. Frenamos en las fronteras, aunque podamos desplazarnos
—sin detenernos—, de Cádiz a Varsovia. Nos sosegamos ante situaciones extremas o delicadas, supongo que por pura supervivencia. Creo, también, que cada uno sabe, en conciencia, hasta dónde puede llegar sin que nadie se lo advierta. Es el aldabonazo de la sabiduría, basada en la costumbre. Lo fronterizo, en fin, se halla en el mismísimo corazón, especialmente cuando de salud se trata, cuando te asaltan las dudas, cuando te abandonas porque la edad
se te apodera.