La feria
de Jaén

28 sep 2018 / 10:55 H.

La feria sanluqueña, de las últimas de España, entre ellas la de Zafra extremeña, viene bien al espíritu algo cansado y rutinario del vivir pesaroso y nada festivo durante el año. Durante unos días queremos ser niños subidos en el látigo de las vomiteras, los coches locos topadores, en el caballito sube y baja del carrusel de los espejos y músicas estridentes, tirando con la escopeta de plomillos trucada en el punto de mira llamado milano. Por eso conseguir un premio es algo así como ganar una batalla con un tirachinas. La feria nos espera con los brazos abiertos, ir en su busca es un ejercicio ilusionante, aunque tan escasamente duradero como una pompa de jabón cogida con las manos. Se come, se bebe, tanto, que a veces, los efluvios del alcohol producen la borrachera de los despropósitos. La gente quiere divertirse, contando, faltaría más, con que el monedero tenga la ubre inflada como la vaca lechera, pues si no es así, solo se conformarán con ver las casetas bulliciosas donde el gentío parlanchín lo pasa de a bute, baila sevillanas hasta el agotamiento o se mira a los ojos para después buscar un ligue amoroso, si es que el rollo es coincidente por ambas partes.