La feria de antaño

    19 oct 2024 / 17:38 H.
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    Duros de roer eran aquellos tiempos pasados por el tamiz de la miseria, piojos desinquietos y picosos en la cabeza, lentejas con gorgojos voladores de comida, poco pan en la mesa, más otras carencias nutricias que sostuvieran aquellos cuerpecillos anémicos y barrigones que aspiraban a comer todos los días. La posguerra marcó a la juventud, que no tenía ni siquiera unas monedillas para montarse en el látigo, las voladoras o los coches locos. Comprarse un palote de algodón de azúcar era un lujo, pues en el monedero sólo sonaban unas cuantas monedillas, como eran aquellas “perragordas” de diez céntimos. La gente que tenía jayares, esto es, dinero en la cartera, se lo pasaba bien, no le faltaba la cerveza, el fino La Ina, la gamba blanca de Huelva, o la mojama de Isla Cristina, manjares, ya digo, aptos para quien cobraba una paga del Estado o de los sindicatos. Ellos, los afortunados de la vida no podían quejarse, pero el resto, las pasaba canutas, sin más horizonte que aquel panorama más negro que la panza de una olla. Recordar aquellas miserables ferias de San Lucas, acaso sea, remover las heridas de una juventud a la que le faltaba de todo y le sobraba tanta penuria. Aquellas ferias del infortunio se quedaron grabadas en la cinta magnetofónica de mi memoria.

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