La eternidad de la serpiente
A finales del siglo XIX, el antropólogo escocés J. G. Frazer asumió una gran tarea comparativa entre mitología y religión. Una de sus reflexiones más interesantes relaciona el episodio bíblico del Paraíso con el mundo propio del poema de Gilgamesh a través de un elemento común: la serpiente. Según Frazer, en realidad no habría un solo árbol ante Adán y Eva, sino dos: el de la sabiduría y el de la vida. Por eso, Dios les ofrecería comer sólo la fruta de uno de ellos, pues si comían de los dos se harían sabios e inmortales y se equipararían a su divinidad. Aquí aparece la serpiente, que los condujo a comer del árbol de la sabiduría para ser ella misma quien contara con la eternidad, de ahí el famoso signo del uróboros y la antigua creencia de que una serpiente no muere nunca, sino que tan solo muda su piel. Una buena forma de reflexionar sobre las capacidades del ser humano nos llevaría a pensar —como si de las pastillas de Matrix se tratara— qué fruta habría escogido cada uno de nosotros y cuáles habrían sido las consecuencias.