La épica del telediario
A medida que pasan los días y asistimos al conflicto de Ucrania, vamos acostumbrándonos a la rutina de la muerte. Asumiendo que el crimen es casi gratis en tiempo de guerra. Cuando leemos, estos días, el periódico, y de pronto tropezamos con las noticias del enfrentamiento armado, es como si tuviéramos que descender al hoyo de un cráter, a un sótano lóbrego, a una casa en ruinas a punto de desmoronarse. La sangre empapa el papel de las cabeceras de noticias internacionales y nos deja una leve mancha en los dedos que nos apresuramos a limpiar con las páginas siguientes.
A las cotidianas noticias de nuestras ciudades y de nuestras provincias que tratan sobre la victoria deportiva del conjunto local, o de inauguraciones de políticos en precampaña, o de la devoción popular en las fiestas patronales le siguen, al pasar la página, crónicas del horror, descubrimientos de fosas comunes, reportajes gráficos del bombardeo de un teatro, o de un hospital, o de una estación, testimonios de mujeres torturadas, matanzas de niños. Y es muy difícil asimilar realidades tan dispares, de una página a la otra.
Creíamos que las guerras de nuestro tiempo eran más asépticas, que las sofisticadas armas de nuestra hipertecnológica civilización, actuaban con la precisión de un bisturí, amputando abstractos objetivos militares a la vez que se respetaba a los civiles, de modo que no se producían las denominadas víctimas colaterales (tremendo eufemismo que engloba a los seres humanos que mueren por estar, los muy insensatos, en el momento equivocado y en el lugar erróneo). Se nos decía que nuestros avanzados ejércitos contaban, ya, con armas inteligentes, pero parece ser que gran parte del sofisticado armamento que se está utilizando para invadir Ucrania no superaría un test de inteligencia de lo más básico.
Y también asistimos a una cierta dramaturgia del telediario. Nos gusta que los informativos reduzcan la complejidad de los acontecimientos a un formato narrativo. Tal vez este fenómeno se produce por pereza mental, o porque nos hemos acostumbrado a que las leyes de la ficción contaminen también las informaciones periodísticas. El caso es que resulta más atractivo un noticiario en el que asistimos a una especie de serial dramático con personajes identificables y tramas narrativas. La simplificación de los hechos conlleva también, a menudo, la creación de héroes y villanos, personajes de una pieza, sin apenas matices, que logran atraer la simpatía y canalizar el odio del público potencial.
Pero sin duda alguna, es imprescindible que los medios de comunicación continúen contándonos lo que está pasando en esta cruel agresión armada, a pesar de que, en ocasiones, los noticiarios televisivos caigan en un cierto sensacionalismo que les lleva a ilustrar los comentarios de los analistas con imágenes impactantes en bucle o subrayar las novedades bélicas con músicas efectistas de fondo. Y parece ser que la única solución que se nos ocurre para combatir esta escalada bélica es recurrir a un refuerzo del militarismo. Las potencias europeas (España incluida) van a aumentar significativamente su gasto militar. La solución contra la guerra es fabricar más armas. Parece que a nuestros brillantes dirigentes políticos no se les ocurre una fórmula mejor ante este nuevo e histórico desafío.