La embestida catalanista

26 dic 2019 / 08:47 H.
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Decía don Antonio Machado que, en España, de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa. Y claro, cuando lo leemos, todos procuramos catalogarnos en el grupo de los que piensan, faltaría más. Porque el hecho de compartir o recordar la reflexión del poeta es señal clara de que estamos pensando. Pero podríamos cambiar el texto haciendo una versión diferente de la sentencia machadiana, generalizando un poco más, sin contradecir su sentido original: “Los españoles, por cada minuto que nos ponemos a pensar, hay nueve que nos dedicamos a embestir. O a topar”. Y así nos metemos todos. Porque no nos engañemos, los pensadores también embisten. Más de lo que se piensa. Y los que tienen hechuras y ganas de embestir no siempre se arrancan a la primera. A veces se lo piensan. Hasta puede que haya alguno que, tapado en la barrera, se dedique a pensar la forma excitar el ambiente con vaya usted a saber qué propósitos.

En los últimos cuarenta años, los más templados de nuestra historia, la mayoría hemos aprendido a sujetar embestidas propias y ajenas, en un ejercicio de moderación que nos ha llevado a elegir gobernantes de ideologías diferentes. En contra de lo que alguno dice, no es el miedo a que gobierne la izquierda lo que preocupa ahora. A la izquierda se le ha votado más veces que a la derecha. La cuestión no es ésa, sino el hecho preocupante de que desde parte de esa izquierda, y para poder gobernar en España, se quiera llegar a acuerdos con grupos independentistas, que no es que quieran saltarse la ley, es que ya están condenados por hacerlo. Nada justifica sentarse con delincuentes por mucho apoyo social que tengan. Los votos pueden dar escaños pero en ningún caso lavan delitos. Ante una afrenta secesionista tan evidente es lógico preocuparse, y el que piense que los españoles van a permanecer impasibles si se confirmara —ojalá estemos equivocados— lo que se presiente, es que no conoce a los españoles. Que nadie confunda templanza y prudencia con mansedumbre. Ni siquiera con el uso perverso del lenguaje o con la estrategia de los hechos consumados pasando por encima o bordeando la Constitución, nos vamos a dejar engañar en cuestiones como la de la unidad de España y la igualdad de todos los españoles, vivamos donde vivamos.

La embestida catalanista —que no catalana— tiene poco o nada de natural o de espontánea, y aunque intenten y consigan que parezca otra cosa, lo cierto es que no es una cuestión de bravura sino de “pasta”. Lo de “la pela es la pela” quedaría muy bien como consigna patriótica bordada en los vuelos de la “estelada”. Sobre todo después de ver las fortunas amasadas de tres por ciento en tres por ciento por líderes emblemáticos de supuesta honorabilidad. Ignacio Sánchez Megías decía que el mundo es como una gran plaza de toros donde unos embisten y otros torean. Desde sus comienzos, el toreo consiste en atemperar la fiereza de los toros bravos o cuidarse de las coladas traicioneras de los mansos. Y el torero sabe que es imposible contener arrancadas o templar embestidas si en cada pase va cediendo su propio terreno. Pero volviendo a la reflexión del principio, lo que parece claro es que somos tan españoles cuando embestimos que cuando pensamos. Y no deja de ser curioso que, por mucho corazón que en ambas acciones pongamos, sea con la cabeza con la que las llevamos a cabo.

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