La diabólica ramera

    03 may 2023 / 09:49 H.
    Ver comentarios

    Lo peor de ser o parecer o querer ser bueno en tus propósitos o en tu carácter es que, a menudo, surgen a tu alrededor verdaderos profesionales del halago. Y tú, que a pesar de haberte esforzado tanto, andas inseguro de tus méritos, agradeces con devoción que alguien, por fin, reconozca tu supuesta valía. Hasta ahí, bien. Pero, detrás de la lisonja, siempre viene la petición que difícilmente podrás rechazar, porque, de hacerlo, el adulador te acusará públicamente de no ser tan bueno en aquello en lo que te alabó, pregonando su decepción. Pasarás entonces de ser bueno a malo, con el añadido de ruin o engañoso, o facha, mucho más en boga, por no pagar el tributo por algo que no pediste, pero que creíste como un necio y ahora empiezas a dudar. La adulación, como opinaba Sir Francis Bacon, es la bajeza más vergonzosa. El adulador es un manipulador que provoca en ti un sentimiento de deuda o culpa. Y no una, sino mil veces, hasta que, cansado de tropezar en la misma piedra, como Ignatius Reilly, memorable personaje de “La conjura de los necios”, exclamas: “¡Oh, Fortuna, diabólica ramera!”. Y, con cuidado, para evitar en lo posible un nuevo traspié, rezas para que nadie, nunca más, te diga “ojos negros tienes”, y sigues con tu vida. No queda otra.

    Articulistas