La cultura del diálogo

18 jul 2019 / 09:54 H.

Las noticias cuentan que España lidera la producción y el consumo mundial en cerveza sin alcohol. Llama la atención que un país como este —en el que muchos no creemos demasiado, o mejor dicho, dejamos de creer hace años— se haya vuelto especialmente sensible ante un problema, el del alcohol, que incide encarnizadamente al mezclarse con la carretera. Así que algo se hace bien desde estas latitudes. En ese sentido habría que mirar el vaso medio lleno, vaso de cerveza sin alcohol, obvio, encarando el mundo con sobria sonrisa desde las noticias positivas, pues alguna hay, aunque haya que rebuscar en lo profundo. Hace cuatro décadas, cuando yo era un crío, empezó a verse tímidamente aquello de la cerveza sin alcohol, y casi daba vergüenza pedírsela en los bares hasta hace diez o quince años. Hoy hay grifo de sin en cualquier local, popularizándose tanto que a nadie sorprende... No todo, sin embargo, cambia de igual manera, pero debería. O no sé si tendríamos que mirar y entender esos cambios en lapsos más amplios, porque se trata de adquirir perspectiva, y no siempre la poseemos, sobre todo en los acontecimientos cercanos. Me refiero a la cultura del diálogo. Ahí tenemos sin desviarnos un ápice el bochornoso ejemplo de Sánchez e Iglesias, enrocados. El presidente en funciones no quiere abrirse a las carteras ministeriales que exige Pablemos, y si bien no le falta razón, el fantasma de las elecciones no agrada a nadie, por mucho que los índices de intención de voto favorezcan al PSOE. Sería muy recomendable un acuerdo, y cuanto antes, mejor. El problema, como escribí dos columnas atrás, es que con la formación morada no se puede ir muy lejos, más que nada por cuestiones de política territorial, con el conflicto catalán como fondo de disputas y controversias, sin una propuesta de Estado. Incluso se ha leído por algún medio acerca de la disposición de Pablo Iglesias —quien parece un poco ansioso por ocupar su sillón— para firmar un documento por el que no traspasaría ciertos asuntos si entrara en el Gobierno, y no debemos poner la venda antes de la herida. De igual modo hay que comprender al presidente, puesto que también se sabe eso de que más vale prevenir que curar. Un auténtico dilema, se mire por donde se mire. Habrá entonces que valorar qué trae más cuenta para los intereses generales, si el forcejeo al que nos estamos viendo abocados, con tal de salvaguardar la integridad del Ejecutivo, y su capacidad de maniobra, o el riesgo de elecciones generales, que sería un hondo fiasco en términos de balance. A ver, díganme ustedes, ¿hay cultura del diálogo en España, una filosofía capaz de llevarnos a buen puerto, o aquí se trata de tensar la cuerda hasta que cada parte se quede con su cabo? Independientemente del sistema electoral, o de cómo elegir al presidente, si por mayoría absoluta o simple, ¿es una contradicción de la democracia o típico de la izquierda? Por no perder la costumbre, la izquierda discute sobre el sexo de los ángeles, mientras enfrente la derecha ultramontana se frota las manos, ahora doblemente reforzada con los secuaces de Vox, que sacan tajada de las tibiezas del PP. Hace falta, sin duda alguna, un pacto —coalición, cooperación, llamémosle como queramos— entre Sánchez e Iglesias con carácter urgente, aunque para eso se tengan que echar unas cervezas. Y que de paso sean sin alcohol.