La compasión
La compasión, sin adjetivos, es tal vez la palabra más hermosa y que más contribuye a la integración de los humanos, que elimina las diferencias, que diluye toda supremacía y absolutamente nos iguala como la misma muerte... Por ello resulta, a mí juicio, repugnante el asistir al aplauso cerrado de los próceres representantes del pueblo norteamericano al discurso de un genocida como Netanyahu y que ello ocurra en la más grande y antigua democracia del planeta. Me faltan adjetivos pero recuerdo de nuestro viejo refranero, este consejo: “Ruego a Dios por el mal señor, porque no venga otro peor”. Tan polarizada sabiduría tiene infinitas expresiones en nuestra sociedad. Es horroroso pensar que en Estados Unidos exista un cambio de presidencia, en la persona que tras alentar el asalto al capitolio, ahora la pretende, pese a las sentencias penales que lo señalan como delincuente. Por suerte, no ocurre lo mismo en la política nacional pero sí entera confusión respecto del lugar y sentido que cada partido político debe de ocupar. Hace cuarenta o cincuenta años, dentro del aparejo de cada formación política, existía albarda sobre albarda una para la barriga y otra para la espalda. Y era necesario que las dos estuviesen bien sujetas de manera que no se debilitara la economía ni se falsease la ideología, singularmente en los partidos con ideología de izquierda. La derecha anduvo persiguiendo su marca, hasta encontrarla en los partidos, incluida la extrema derecha, que ahora litigan por el poder.
En realidad y en otro orden de ideas cualquier formación política se encuentra concernida por la admisión de determinado sentimiento colectivos y tiene la obligación de exteriorizarlos. ¿Cómo es posible no estremecerse de compasión ante centenares de niños y ancianos reventados por las bombas en Gaza aún en el supuesto de que entre tantos miles fallecidos se encuentre algún terrorista? He dicho cualquier formación política y no es cierto. Ni en el concepto de formación ni en el de política me cuadra el pensamiento de un participante público de Vox: a los emigrantes ilegales; hay que pararlos con plomo, es decir, a tiros. ¿Se puede hablar de progreso con semejante pistolero? En realidad, tiene toda la razón un ciudadano de Jaén, con casa en Bornos cuando en carta al diario El País manifiesta que la Ley de la Memoria Historia esta incompleta en la medida en que no sanciona con la debida determinación comportamientos de significación fascista con rememoraciones al dictador Franco. Alemania, en la forma en que ha gestionado su terrible pasado nazi, puede ser un ejemplo. Cualquier alusión o actitud exaltadora del fascismo instituye delito. La precedente reflexión estaría, acaso, mejor titulada con una suerte de priapismo político; que, según la mitología griega, parecen ostentar los autoproclamados machos de este siglo.