La ciudad de la utopía
Hace poco volví a recorrer Toledo. Es un placer para los sentidos volver a andar sus callejuelas estrechas por donde susurra el viento. Ese viento que cuenta su larga historia de romanos, visigodos, árabes, cristianos, judíos... con esa mística que nos lleva a admirar las piedras de su catedral gótica, de sus iglesias mozárabes, de sus murallas y de esa puerta de bisagra que da entrada a un mundo surgido del manantial de los siglos. Allí también pintó geniales cuadros “El greco” y escribió Bécquer algunas de sus grandes leyendas de romances, duelos y preseas de oro, aunque lo que más fascinación me produjo el caminar de nuevo por sus intrincados callejones fueron los símbolos que manifiestan la impensable utopía de que por algún tiempo convivieron gentes de distinta religión en ese mágico lugar. Ver la menorá judía en sus suelos, las cruces en las espadañas, la media luna árabe grabada en piedra junto a la estrella de seis puntas me trajo un triste pensamiento de guerras que aún perduran para que los mismos inocentes de siempre paguen el fanatismo de unos dirigentes que nunca parecen estar a la altura de las circunstancias. Demasiada sangre sigue regando la tierra santa y la vergüenza me lleva a imaginar aquella luz de ayer cuando la armonía fue posible en un precioso lugar del mundo.