La capitulación del patuco

17 feb 2018 / 10:39 H.

En el mismo sitio y casi a la misma hora. Todo tenía que suceder en el lugar de los hechos, el escenario donde se libró la cruenta batalla. La puesta en escena de la imagen trataba de evocar en el espectador al ágora donde se dilucidó el enfrentamiento cainita previo del PP. Esta particular “rendición de Breda” fue una capitulación sin honores al enemigo huido o convertido “in extremis”. Los integrantes de la “revuelta del patuco” dejaron el asedio y entregaron sus lanzas, unos se integrarán como soldados de fortuna en Ciudadanos y otra guarnición se quedará empotrada y señalada en el PP. A falta de un Velázquez callejero que inmortalizara el momento, los fotógrafos pudieron captar la rendición y los transeúntes poner cierre al serial. No hubo salida ordenada de las tropas y, al final, incluidos los palos, fue un goyesco sálvese el que pueda. Miguel Moreno —una vez que decidió levantarse en armas en su lucha por la presidencia del PP— optó por llevar a las puertas de la sede de San Clemente la trifulca en unas concurridas ruedas de prensa. Hizo el porcunense un remedo de la lapidaria frase de Fraga Iribarne para, en clave sentimental, decir que la militancia (esa calle) era suya. Frente a vuestra armada invencible del aparato, presento el apoyo de unos militantes deseosos de un cambio de caudillo y lo hago a las puertas de palacio. El final abrupto de la historia es de sobra conocido y tocaba cerrar tan truculento episodio en un intento de pasar página.

Así, con la anuencia y la vuelta del presidente del PP-Andaluz Moreno Bonilla, más Juan Manuel que Juanma, se hizo la fotografía del consenso ficticio y tutelado a regañadientes. Eso, dientes, dientes, que mascullaba la Pantoja en un alarde de promoción bucodental. Faltaba espacio en el retrato para tantas manos lánguidas, de esas que se dan sin brío, sin fuerza para cerrar el trato. Mientras, en el suelo, en tiza, estaba dibujada la silueta del “cadáver” político del alcalde de Porcuna y excandidato al trono. Zona acordonada a la democracia interna. Pero como legado, en un bolsillo de la chaqueta del difunto, una carta al juez, a modo de petición final: un militante, un voto. El exalcalde de Andújar, Jesús Estrella, se queda como cabeza visible del grupúsculo descabezado. Actor, testigo y notario del final de la revuelta y albacea del testamento político que deja el osado porcunense. Después de tanta brega, en el último acto, el próximo congreso del partido tendrá en cuenta ese procedimiento tan “revolucionario”. Un último servicio a la causa que quedará huérfano de padre. De vuelta a la foto, cara de circunstancias antes y más muecas forzadas ante los medios. Las múltiples acusaciones, descalificaciones y malos gestos en las tribunas se guardan en una cajón hasta la próxima cruzada. A Moreno Bonilla habrá que leerle entre líneas porque cualquiera podría colegir que decía lo contrario de lo que pensaba: “El acuerdo alcanzado es fruto de mucha madurez política, de mucha generosidad y se debe entender que por encima de la legítimas discrepancias hay algo más importante que es el proyecto político que nosotros representamos”. Muera la inteligencia le gritaron a Unamuno. El PP entre San Valentín y la Cuaresma optó por las cenizas de un fuego, a la postre, nada purificador. Nada redentor.

No fue necesario apurar los tiempos de la gestora disidente para encauzar su nueva vida más allá de ultramar. Sus integrantes pensarán que el amor ya vendrá después y, como era previsible, llaman a las puertas del cielo político naranja para seguir al nuevo mesías demoscópico Albert Rivera. “Knock, knock, knocking on heaven´s door”, pero no armando alboroto en versión Guns and Roses, sino con la más folk y susurrante de la original de Bob Dylan. “Entierra mis armas ya no puedo dispararlas más”...