La canción del verano

    01 sep 2019 / 11:25 H.

    La canción del verano en el reino parlamentario de España, no deja de ser un artificio institucionalizado como tantos otros, que a fuerza de ser recurrente y un tanto cansador, nos ocasiona una endemia que suele durar más o menos unos noventa días, que no suele degenerar en una patología grave, dado que su carácter es festivo, desenfadado, ligero, sin pretensiones de trascendencia, y que se puede evitar ingresándose en un convento, casa de reposo, refugio de montaña o similares, alejándose motu proprio, de confluencias verbeneras, ferias estivales, chiringuitos costeros, y demás entornos de alegre disipación, holganza y efímera vitalidad. No obstante, a pesar de todo, y aunque usted sea un ser humano de probado ascetismo, la canción estival, sin ser perniciosa, posee propiedades que le procuran ubicuidad, la revierten en un fenómeno inoculante que nos contamina de jacarandosas aptitudes, se infiltra a través de muros y conciencias, y termina empapando en sudor festivo nuestros más anodinos poros. Porque, vamos a ver, y asumiendo sinceridades que procuramos esquivar, quién de este país multicultural, de pluralismos convergentes y divergentes, de este rincón del mundo privilegiado, no sabe que Eva María se fue buscando el sol en la playa, y que si nos vamos a la playa (¡oh, oh!), nos daremos cuenta que aquí no hay playa ( ¡ah, ah!), como sabemos en Jaén desde tiempo inmemorial, o que Georgie Dann posee una barbacoa y que tiene un amigo negro que tiene algún tipo de problema, (muchos, apuntaría yo) o que buen español ignora que a Manolo Escobar le fue sustraído su carro en una romería en pleno mes de julio, y que la policía nacional ha archivado el caso, es más, qué hispano pudo hacer oídos sordos ante la expansión de alegría, más allá del paréntesis veraniego, de aquel cuerpo de la señorita Macarena, o ahondando en el espíritu nacional, quien ignora que si los ingleses tienen un submarino “yellow”, nosotros tenemos tractores amarillos “pa” reventar. En fin, España entre suspiros y alegrías. Sin embargo hay otras cantinelas, que no son sino baladas tristes, lacerantes, que alejan cualquier sentimiento de júbilo, que también suelen presentarse con idéntica cadencia y reiteración en los periodos estivales, pero que lejos de ser livianas, acumulan gravedades tangibles y daños permanentes. La canción del verano viene mal acompañada de un rosario de incendios provocados, del aumento de accidentes de tráfico, del abandono de personas mayores y animales de compañía, del incremento, si cabe, de la violencia de género, de las intoxicaciones de salmonella, legionella o listeriosis, del incremento de afluencia de pateras. Casi prefiero escuchar al renovado dúo Pimpinela (Sánchez e Iglesias) cantando sus canciones de amores contrariados.