La calle de los tontos

02 sep 2018 / 11:24 H.

No recuerdo quién me dijo que los tontos somos nosotros, los que estamos a pie de calle, a poro abierto, en respiración, y que los listos ya murieron y caminan por el silencio como espectros hacedores, como fantasmas sabiéndose tardíos en su acabamiento, pero ufanos, arrogantes y actuantes desde sus tinieblas. Esta suerte de aforismo resulta turbadora, pero habría que reflexionar sobre su posible veracidad, sobre su probable aplicación a nuestro mundo de juguetes rotos. Piensen ustedes, no más, en manos de quien está la superficie y los cielos del planeta. Por ejemplo, tenemos al rubito prepotente Trump con su prepucio barri—estrellado, al frío saurio de Putin, al gordito de los petardos Kim Jong Un, al inmaduro Maduro, al gran amante de su pueblo Bashar al Ásad, al vecino de los palestinos señor Netanyahu, a los eternos Castro, al chino de todo a cien Xi Jinping, etcétera, y todos ellos, en asquerosa armonía, acompañados por un exultante y variada orquesta de mariachis, que cuenta entre sus notables músicos, a los desinteresados y desinteresadas, hombres y mujeres del Fondo Monetario Internacional, a los señores de la guerra y presidentes oscuros y de color negro del continente africano, a los enternecedores componentes de las mafias europeas, a los jeques feministas, desérticos y con corazón a diesel, a los populares cartelistas de Sudamérica y Méjico, a los pacíficos militares de la OTAN, a los visionarios yihadistas, cegados por su mala interpretación del profeta, y aún después, todos los reyes monárquicos con sus divinas coronas , que siempre amaron más a sus pueblos que a sus sangres. Todos tontos, su nobleza los pierde, pero son tontos con poder, parné y mala baba, y entrañas infames, son los tontos mayestáticos. Y viviendo en la misma calle y soportando tonterías, estamos los tontos a secas, que nos asomamos a los balcones y paseamos, con la proteína de la estupidez a cuestas, gastando la vida tontamente con nuestras pequeñas ambiciones, encerrados en nuestros símbolos nacionales, patrióticos y de fronteras para adentro, que denotan la falta de fe y alegría en el sencillo acto de existir, viviendo a imagen y semejanza de aquellos tontos supremos. No respetamos, ni la tierra que pisamos, ni el aire que respiramos, ni a los animales que nos acompañan. Y seguimos componiéndonos desde el principio de los tiempos y todavía, de un cerebro infrautilizado, un estómago ávido y una entrepierna inquieta. Desde mis tonterías, pienso que los listos, no están muertos ni velados. Sencillamente no existieron, ni existen. Si alguien ve uno, por favor, que me avise, moriría en paz.