La cabeza de San Juan

17 may 2022 / 17:19 H.
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Me llegó, hace unos días, un recuerdo, como cuando te llega un mensaje, una carta, un correo electrónico. Pero, en este caso se da la circunstancia de que uno mismo es el destinatario y el remitente. Mi yo del pasado, el de la infancia concretamente, me envió una imagen borrosa y de colores apagados. Y la foto estaba acompañada de un puñado de viejas sensaciones. Juntos formaban mi recuerdo de la Fuente de San Juan, que no sé, en realidad, si existió.

Yo pasé los primeros años de mi vida, y tal vez los más intensos, en el Barrio de la Magdalena. Era un niño curioso, como todos los niños. Y dado que en aquellos años los padres no ejercían una vigilancia tan estrecha de sus hijos como en la actualidad, yo desde muy pequeño acostumbraba a recorrer, en solitario, las calles y los rincones del casco antiguo. Me sentía como un explorador descubriendo geografías e historias, ampliando los horizontes del pequeño mundo en el que habitaba. Sentía especial predilección por los lugares en los que la piedra y el agua confluían generando evocadoras sinfonías a las que yo asistía, durante horas enteras, como espectador de excepción. La guarida del Lagarto: el raudal de la Magdalena, era mi auditorio favorito. Estaba abonado a aquella programación. Pero también escuché hermosos conciertos en la Fuente de los Caños, en la Pila del Pato o en el Patio de la Alberca de la Iglesia de la Magdalena.

Y en una de aquellas expediciones descubrí un espacio nuevo que me resultó sobrecogedor. Era la Fuente de San Juan. Se trataba de una cabeza de piedra de un hombre con barba. Estaba tallada con cierta tosquedad, pero me parecía muy expresiva. Aquella figura humana no tenía cuerpo, era un cabeza sin tronco, y de la redonda boca del personaje brotaba un gran chorro de agua. Y como yo conocía la historia de San Juan Bautista, y había visto alguna imagen truculenta de su decapitación, se me antojaba que el chorro que expulsaba
la boca era un flujo sanguinolento, una hemorragia incolora.

Además, en aquel tiempo, existía una especie de línea divisoria entre los barrios de La Magdalena y de San Juan, que todos los niños estábamos llamados a respetar. Si te adentrabas en el barrio vecino (y también rival), te exponías a sufrir las iras de los pequeños justicieros de turno. Y estaba especialmente mal visto el hecho de que uno de la Magdalena bebiera el aliento líquido del mártir pétreo.

Sin embargo, los de mi barrio solíamos hacer incursiones clandestinas (preferiblemente en horario de poco tránsito), para desafiar la arbitraria norma no escrita. Eran visitas fugaces. No tuve nunca la oportunidad de escuchar, entera, una sinfonía de aquella fuente, si acaso asistí a algún breve fragmento, a un estribillo, a una canción corta y poco más. Enseguida ponía los pies en polvorosa, antes de que me desalojaran de la sala con malos modos.

El caso es que, después de recibir aquel recuerdo infantil, me dispuse a buscar en internet alguna imagen o referencia de aquella fuente (desaparecida hace muchos años), capaz de dotar de nitidez la nostalgia desenfocada. Pero no encontré nada, por lo que he llegado a pensar que mi viejo recuerdo de aquella fuente, pudiera ser un spam, un fake, una falsa evocación, un juego travieso entre mi memoria y mi imaginación.

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